lunes, 15 de septiembre de 2014

Poco a poco todo va cobrando forma. Los planes están medio hechos. 
El 14 de octubre será nuestro último día en El Faro, el 16 de octubre dejaremos Auckland y, carretera por delante, iremos viendo lo que resta de la isla norte hasta llegar a Wellington, donde además de disfrutar de la ciudad (son varias las personas que me han dicho que les gusta más que Auckland), aprovecharemos para resolver asuntos técnicos tipo visados. 
El 22 de octubre sale desde Wellington nuestro vuelo hacia Christchurch, isla sur. Ahí ya tenemos reservado un coche con espacio habilitado para dormir en la parte de atrás. Lo tenemos alquilado del 22 de octubre al 6 de noviembre. Durante esos 16 días recorreremos la isla sur buscando paisajes de los que quitan la respiración y duchándonos como buenamente podamos. Terminada esa experiencia, los últimos días en New Zealand (del 6 de noviembre al 19 del mismo días, día en que sale nuestro avión hacia Melbourne, Australia) los pasaremos haciendo un wwoofing, que no es sino trabajar unas horas al día en el campo a cambio de comida y alojamiento.

jueves, 11 de septiembre de 2014

El país del tiempo perpetuo de arco iris, así sentí que era New Zealand los primeros meses. 
La lluvia es, incluso en los mejores tiempos, algo habitual aquí. Como en las estaciones del año más agradables también brilla mucho el sol, era frecuente ver el arco iris al principio. Sin embargo ahora hace mucho que no lo veo. Y lo echo de menos. 
Poco a poco empieza a salir el sol tímidamente. Después de haber vivido semanas enteras lloviendo (no exagero, de verdad) ahora casi todos los días el sol se asoma algún ratito...y yo empiezo a sentirme mucho más a gusto. Me carga las pilas. Cierro los ojos, pongo la cara a su tacto y me reconforta su calor

lunes, 8 de septiembre de 2014

Huele a fin...

El final se siente en el ambiente...
Estamos en la recta final y yo estoy tan ilusionada como impaciente. También me siento un poco expectante y hasta podría decirse que en algunos momentos tengo miedito a lo que nos aguarda y pereza de las cuestiones técnicas (entiéndase aquí todo lo concerniente a visados, vacunas, requisitos para entrar a ciertos países, como billetes de salida...)
El caso es que ya podemos hacer oficial la fecha de salida de El Faro, el restaurante en el que habré pasado diez meses el día que salgamos por última vez por su puerta, el 14 de octubre, porque empecé a trabajar allí el 15 de diciembre. Aunque quizá podría esperar otro mes más para hacer el balance final (y seguramente lo haré en ese momento otra vez), ya puedo afirmar que he pasado muy buenos ratos y he aprendido mucho. Está siendo una experiencia curiosa porque nunca en mi vida había trabajado en serio, formalmente, con un horario que me ocupara horas y horas durante días, semanas y meses. Desde mis quince o dieciséis años he pasado por todo tipo de trabajos. Me refiero a trabajos que me gustaban o me hacían sentir realizada, como ser profesora de clases particulares o en academia, pero también a trabajos menos interesantes desde el punto de vista del crecimiento personal. He trabajado en polígonos industriales en naves relacionadas con el sector de la logística (esa palabra que siempre me parecerá misteriosa y poco clara), he promocionado colonias y hasta kiwis, he hecho campañas para compañías telefónicas, he trabajado en una bolera en el control de las pistas, en el bar y encargándome del típico parque infantil que tiene una piscina de bolas, toboganes y pasillos que huelen a pies de niñx, he hecho inventarios de ropa y de productos de cosmética, he trabajado en el bar de una piscina, en chiringuitos en fiestas patronales y también en bares convencionales y hasta en las Fallas en Gandía...y así un largo etcétera. Pero nunca con regularidad, nunca más de quince días o un mes, nunca haciendo del lugar de trabajo uno de los lugares más importantes de mi vida coetánea a esos momentos porque nunca había llegado a convertir todas esas actividades y sus emplazamientos en parte de mi rutina. Nunca hasta ahora. Nunca hasta El Faro. Puede parecer una tontería, pero para mí no lo es. Haber tenido que asumir por la propia experiencia que la vida va en serio y que el dinero hace falta para sobrevivir me ha hecho ver más claro que nunca que no seré capaz de ver mis días pasar haciendo algo que no me guste. Que la vida va en serio lo intuía, claro. Y que quería dedicarme a algo que me hiciera feliz, obvio que lo sabía ya. Pero hasta ahora sólo había ahorrado para pagarme cosas que no eran estrictamente necesarias y obtener dinero, por ende, no había sido una obligación. Siempre he trabajado para pagarme aquellas cosas que superaban lo imprescindible y lo que me han podido dar, pero ahora llevo viviendo diez meses en el mundo real, el de la gente que se paga su casa, la comida, la luz y el agua. No he vivido ajena a lo que cuesta conseguir las cosas, pero creo que no hay nada como hacerse mayor y ver el mundo con tus propios ojos. Conclusión: haré de mi vida lo que yo quiera. Estoy convencida. 
No me desagrada demasiado mi rutina actual porque tiene un objetivo: cinco meses de vacaciones después de haber trabajado diez. No está del todo mal...(cara de interesante). Pero no es lo que quiero. Eso lo tengo ahora más claro que nunca. Dedicaré mi vida a algo que me aporte a mí y aporte también al resto, estoy segura.
Pero digo que El Faro me está resultando una empresa curiosa porque allí, además de haber hecho mi cuerpo y mi mente a una rutina que no es la que deseo, pero sobrellevo, además, digo, he aprendido también a convivir y he hecho familia y piña con gente que igual en otros contextos, lugares o momentos no habría sido esencial o demasiado importante para mí. He aprendido a escuchar y comprender otras posturas y otros mundos, he salido del gueto en el que vivía porque, lo queramos o no, cuando vives rodeada de gente que suele sentir, pensar y vibrar como tú, eso es, al fin y al cabo, una forma de gueto. 
Es muy posible que en estos diez meses de mi vida que habré pasado en El Faro cuando salga por la puerta ese ansiado 14 de octubre haya crecido como persona. Es más que probable que hayan cambiado cosas en mí, pero estoy segura de que los cambios habrán sido a mejor. 
Estar lejos de mi gente (que, por cierto, ahora sé que es menos gente de la que yo pensaba, ahora he aprendido más que nunca a estar sola y a no penar por ello) está siendo duro. Es complicado no tener cerca esa mano amiga que además es hermana. Es difícil sentir que te estás perdiendo parte de los procesos que están conformando la nueva vida y hasta el nuevo carácter de las personas a las que amas. Pero todo eso, si no mata, hace más fuerte. Salir reforzada de este viaje era mi objetivo y creo que lo estoy logrando.
Miguel se merece una mención especial en estas líneas porque en estos meses que llevamos fuera de nuestro mundo se ha convertido en un compañero maravilloso. Poca gente es capaz de encajar así, creo yo. Y me siento muy afortunada. Estar compartiendo esta experiencia con él está siendo, sin ninguna duda, lo mejor que me ha pasado. Tengo el mejor amigo del universo. 
Ahora siento que los días deberían pasar rápido para darme una nueva oportunidad de seguir creciendo y aprendiendo porque puede que esta etapa haya dado ya todo lo que podía dar de sí, pero por otro lado creo que debemos tomarnos la vida con más calma de la que acostumbramos y me he propuesto como meta saborear cada minuto de los que me quedan en Auckland y prepararme para lo que viene después. Eso sí que va a ser salir de mi mundo...