martes, 21 de octubre de 2014

Wellington es más humana, más cálida. Pero también hace más viento. 
Los ladrillos en las aceras y los árboles en las medianas de algunas grandes avenidas le dan un toque más cercano. A pesar de que tiene menos habitantes que Auckland (ese fue, básicamente, el motivo por el que nos decantamos por la ciudad que nos ha acogido todos estos meses), sin embargo no podemos perder de vista que es la capital. Y eso, creo que es inevitable, hace que sea (o al menos parezca) más cosmopolita. 
La primera visión de la ciudad que tuvimos fue un domingo por la tarde, por lo que nos pareció que estaba muerta. Pero ayer, lunes, pudimos ver cómo bullía en pleno auge, con sus viandantes camino del trabajo o de casa, sus señoras, sus señores, sus perros (hay más perros que en Auckland), sus niñas y niños y sus adolescentes con ropas horteras. 
Por la mañana fuimos a mandar mi (puta) caja a España. Me sobraban cosas por todas partes. Una no puede recorrer buena parte del mundo con tantas cosas. Así que, aunque ha costado más de lo que me habría gustado, he mandado una tanda de libros, ropa, botas, gorro y hasta rastas a mi casa para quitármelas de en medio. Después fuimos a pasear a una playa para perros con Raz, el buen hombre que nos ha acogido en su casa, y su perro. Fue muy agradable. Y tras eso, antes de devolver el coche, dimos una vuelta por la costa y pudimos constatar que Wellington y sus afueras molan.
Después de devolver el coche (ay, ya era medio casa), fuimos a comer (horario kiwi) con Raz a un indio muy apañao donde todo estaba muy rico. Y tras eso, Raz recuperó su libertad (aunque se le veía encantado). Nos despedimos en la puerta del restaurante y él se fue a su casa mientras nosotrxs encaminamos nuestros pasos hacia el centro de la ciudad. 
Paseamos toda la tarde, visita al Museo Nacional (Te Papa, se llama) incluida. 
Nunca había conocido un país tan nacionalista como éste. O quizá aquí me fijo más y por eso llama más mi atención. Pero es que de verdad que no hay día que no escuche y lea "New Zealand" veinte veces: en la tele, en la radio, en el periódico, en la publicidad...Vas al supermercado y exhiben con orgullo sus productos locales, compras cualquier cosa y en el paquete se regodean diciendo que es made in New Zealand...y así todo el tiempo. Por ello, no podía faltar un gran museo, apología del país. En él se pueden ver todo tipo de cosas relacionadas con Nueva Zelanda: desde toda su fauna disecada hasta un marae pasando por un vídeo que cuenta la leyenda del origen de la haka (el baile ritual que hacían los maoríes y que ahora hacen los All blacks, la selección de rugby del país; si nunca lo habéis visto, os recomiendo que lo busquéis en YouTube). Paneles y paneles contando la historia del país, objetos de todo tipo, fotos, vídeos...y, cómo no, una reproducción del Tratado de Waitangi, firmado el 6 de febrero de 1840 por representantes de la Corona Británica y jefes maoríes de la isla norte. Básicamente, el tratado permitía que los ingleses hiciesen suyo el lugar, hacían de Nueva Zelanda una colonia británica. Por eso hoy se considera el momento fundacional de New Zealand como nación. 
Allí pudimos enterarnos de que el gran problema radica (oh, qué raro, Europa jodiendo) en que se firmaron dos versiones: una en inglés y otra en maorí. Creo que sobra decir que la traducción deja mucho que desear. Primero se redactó la versión inglesa y después, como los ingleses no se habían molestado en aprender la lengua nativa (todo esto nos lo contó un señor que trabajaba en el museo y que se sentó a nuestro lado más aburrido que una piedra), pidieron a un par de misioneros que habían venido a predicar la palabra del Señor (y que, para ello, habían aprendido maorí) que lo tradujeran. Resultado: puntos discordantes. No ahondaré más en el tema. Os podéis hacer una idea.
Ahora diré que ayer me sentí más cerca de los maoríes que en todos los meses que llevo viviendo aquí. El museo está bien especialmente en ese sentido. Ayuda a conocer mejor a esta gente, marginada aún hoy aunque Nueva Zelanda como nación pretenda molar mucho poniendo todo en inglés y maorí. 
Ayer también aprendí, dicho sea de paso, que "Francia" en maorí se dice "Wiwi". Y pinté una obra de arte con ayuda de una plantilla. Un día muy productivo. 
Después de las horas en el museo, seguimos paseando sin rumbo ni destino (qué gusto da no tener nada que hacer). 
El día acabó en casa de nuestrxs anfitrionxs. No podíamos menos que comprar cosas para hacer la cena. Preparamos una sopa de calabaza y un cous-cous con pimientos naranja y verde, cebolla, zanahoria y queso feta con pesto y quedamos estupendamente. Él preparó unas manzanas asadas con azúcar que estaban ricas, pero que tenían canela (odio la canela). Tras la cena, charlamos un buen rato más y ella nos dedicó una hoja llena de recomendaciones para la isla sur. Nos aconsejaron sobre cómo organizar el tiempo que tenemos y sobre qué visitar y qué ignorar. 
Sentimos que les devolvíamos algo del favor ayudándoles un poco con su español. Están aprendiendo nuestra lengua porque van a viajar a Cuba. Él habla bastante más que ella y durante la comida en el indio hablamos un poquito en español. En la cena recurrimos al entretenimiento de preguntarles cómo se dicen algunas cosas en español (básicamente, cosas de las que comíamos o venían al caso). Todo muy agradable y muy buena onda (recordad que inglés no habremos aprendido mucho, pero en el español de Latinoamérica ahora tenemos nivel experto).

domingo, 19 de octubre de 2014

Ha empezado la aventura

El tiempo pasa volando. Eso es un hecho. Ya es 19 de octubre. Nuestro último día en El Faro fue el martes 14. El miércoles lo dedicamos a limpiar la casa como si fuera la cosa más importante de nuestras vidas y quizá eso es exagerar, pero era bastante importante...Si la inmobiliaria decidía que algo no estaba como debía, podían quedarse con parte de la fianza. La presión era importante. Nos mandaron una hoja con cuarenta mil cosas a tener en cuenta, incluyendo interior de los armarios, rodapies, nevera (previamente descongelada), suelo del patio y hasta campana extractora. Everything. Al final, después de todo, y para la tranquilidad de quien lee estas líneas y se preocupa por nosotrxs, recuperamos los $1020 que habíamos depositado. Limpié cosas que no sabía ni que existieran y descubrí todas las formas, colores, olores y hasta sabores que el polvo puede adquirir. Estornudé, me estresé y sudé. Lo mismo hizo Miguel. Y así durante siete horas. Pero...¡nos devolvieron toda la fianza!
Supongo que el hincapié que estoy haciendo en esta parte aparentemente irrelevante del comienzo de nuestras vacaciones sirve bien para entender cuánto nos preocupa el tema económico...
El jueves por la mañana el estrés continuó. Se suponía que venían a recoger el router a las 9 de la mañana. Como teníamos que estar entregando las llaves en la inmobiliaria antes de las 12 y también teníamos que recoger el coche, nos habíamos puesto el despertador a las 8:45. No obstante, después de haber ido a tomar algo a El Faro por la noche, cuando volvimos a "casa" (yo a esas alturas, con prácticamente todo metido en bolsas ya no sabía si era casa o no), nos entretuvimos y nos fuimos tardísimo (tipo a las 2) a dormir. Así las cosas, parecía que íbamos a dormir poco más de seis horas, pero en mi caso fueron bastantes menos. Miguel me despertó sobre las 7 dando un medio salto, medio grito (vete a saber con qué estaba soñando) y como yo estaba de los nervios, ya no me pude dormir. Agobiada perdida con que tenía demasiado equipaje, me levanté y (poseída) empecé a sacar cosas que fui metiendo en una caja que tenía por casa (me refiero a la caja de cartón donde venía la cama hinchable que compré cuando vino mi madre a New Zealand y que Miguel guardó precavida y sabiamente). Me duché y cuando sonó el despertador y Miguel abrió un ojo muerto de sueño, yo ya estaba lista para salir. El tipo que tenía que venir a por el router no aparecía, así que yo me quedé esperando a que Miguel se duchara por si llamaba a la puerta en ese rato, pero cuando salió de la ducha, me fui contentísima y muy motivada a intentar mandar mi caja llena de cosas que no pintan nada en mi maleta en un viaje de cinco meses. Al lado de la que fue nuestra casa había un sitio de envíos de todo tipo de cosas a todas las partes del mundo (send anything...anywhere!), pero yo ahora me pregunto cómo ese negocio no quiebra...¡¡300 dólares por mandar una caja de 7,88 kg!! Resumen: la caja sigue conmigo. Ya me ha acompañado a unas cuantas ciudades...Mientras yo he dormido en tres hoteles diferentes y me dispongo a dormir en el cuarto lugar, ella sigue descansando en el coche alquilado. Surrealista. Mañana me desprenderé de ella cueste lo que cueste (y hablo en términos económicos; es un "cueste lo que cueste" en el más estricto sentido de la palabra "costar"). 
El jueves, como digo, la caja se vino conmigo. Volvamos pues al momento en que esperábamos al del router, completamente estresadxs por el tiempo, jugando al límite. Llamamos a la empresa y el tío con el que hablé, más perdido de lo que parecía oportuno, tuvo que hacer dos llamadas dejándome en espera en una ocasión y colgándome en la otra para decirme que quien tenía que venir a por el router no podía porque estaba enfermo, así que al final nos tocó llevarlo a casa de otra que no podía atendernos y dejárselo al portero, que tampoco estaba en la portería y había dejado su móvil apuntado en un papel sobre el escritorio. Una mierda de desorganización todo. Pero al final dejamos el (puto) router y corrimos a por el coche, no sin antes pasar por casa de Jhonatan, un compañero de El Faro, para dejar el ordenador que Héctor (otro compañero) nos había dejado y que ahora va a utilizar Andrés, un tercer compañero del restaurante. Aprovechando la visita a casa de Jhonatan, que nos dio una bolsa de plástico para meter los champús porque ni eso nos quedaba en casa, le dejamos las mantas que teníamos y que ya no podemos seguir usando (sólo me faltaba cargar con mantas...teníais que ver cómo llevamos el coche). 
A las 11:30 nos llamaron de la inmobiliaria para decirnos que teníamos que estar allí antes de las 12 y la presión creció. Acabábamos de recoger el coche, estábamos medio perdidxs en nuestro barrio dando vueltas a la manzana sin conseguir llegar donde queríamos porque encargaron la señalización de las calles al inútil del departamento y aún teníamos que pasar por casa a recoger y meter TODO en un maletero que gritaba "¡soy enano! ¡no lo conseguiréis!". El momento de tensión máxima vino cuando, a menos diez y picando rueda hacia la inmobiliaria, yo no conseguía encontrar mi copia de las llaves de casa. Finalmente estaban en el bolsillo donde había mirado tres veces, sí. 
Ese día, jueves, después de todo el estrés narrado y algo más, nos dirigimos a Rotorua. Mi calentura (yo soy así, me salen calenturas en los morros cuando me estreso) empezó a menguar conforme avanzábamos por la carretera. Rotorua es una ciudad en la que ya había estado con la mía mamma, pero a la que tenía que volver para que Miguel la conociera. Es una ciudad que huele a huevo podrido debido al azufre. Es conocida por su actividad geotérmica y tiene unos géiseres que a mí me fascinaron la primera vez que los vi y volvieron a emocionarme la segunda vez. La naturaleza en su máximo esplendor...
El hotel donde nos quedamos estaba muy bien. Tenía cocina y pensábamos preparar algo allí para la cena, pero nos encontramos de casualidad con un festival de comidas en la calle con puestecillos agradables que olían bien y a buenos precios y allí cenamos finalmente. 
El viernes, después de haber visto el gran parque de géiseres, nos fuimos a Taupo, que es una ciudad que comparte nombre con el lago a cuyas orillas se asienta. Está en el centro de la isla norte de New Zealand y quizá pasaría desapercibida si no llega a ser por esa inmeeeeensa masa de agua a su vera. El lago Taupo mide 616 km2, siendo por ello el más extenso del país y es alucinantemente grande, que creo que es una medida mucho más precisa que los kilómetros cuadrados. To grande, vamos. Sobre el hotel de Taupo prefiero no contar demasiado. Dejémoslo en que el dueño, que estaba empeñado en hablar de Don Quijote y de Cervantes, nos pidió dos veces que viéramos la habitación antes de pagarle. Dicho esto, podréis imaginaros que ésta no parecía una suite del Palace. Tenía colchones y las sábanas parecían estar limpias (nunca lo sabremos, porque eran azul oscuro, pero a mí eso me da confianza en la medida en que permite ver manchas de color claro y no las había). Con eso bastaba.
De Taupo me llevaré el grato recuerdo de las Huka falls, unas cataratas no demasiado altas, pero bonitas y rabiosamente fuertes, de un azul turquesa interesante; el paseo por Acacia Bay, una parte residencial, tranquila y agradable a orillas del lago Taupo y, sobre todo, éste mismo, el lago, que se encuentra en la caldera del volcán Taupo, creada tras una enorme erupción volcánica hace aproximadamente 26.500 años. Según los registros geológicos, el volcán Taupo ha entrado en erupción veintiocho veces en los últimos 27.000 años. Se estima que la mayor erupción del Taupo, conocida como la erupción de Oruanui, expulsó 800 kilómetros cúbicos de material y llenó varios cientos de kilómetros cuadrados de tierra circundante para luego derrumbarse y formar la caldera. En el año 180 se produjo otra gran erupción violenta del volcán Taupo, conocida como la erupción de Hatepe, una de las erupciones más grandes en los últimos 5000 años.
En el hotel sórdido cenamos unos espaguetis que llevábamos desde Auckland a los que les añadimos un bote de tomate (o mejor dicho, medio bote porque Miguel tiró el otro medio sobre los fogones al asustarse mientras lo echaba en la sartén, demasiado caliente) mientras unos indios cocinaban algo que olía tanto a curry que mareaba.
A la mañana siguiente, sábado, nos dirigimos al Tongariro National Park. 
Nota: no olvidemos que todo el rato llevábamos -y seguimos llevando- la caja que mandaré a España mañana, dos mochilas enormes, dos mochilas pequeñas y un sinfín de pequeñas cositas jodemarranas, como las chanclas continuamente mojadas por las duchas, bolsas con comida (incluyendo medio paquete de arroz, otro medio de cous-cous en un tupper, los espaguetis comidos en el hotel sórdido...todo cogido de las sobras de casa), el paraguas, el neceser con los cepillos de dientes, la guía de New Zealand que Vicente le regaló a Miguel, la bolsa que nos dio Jhonatan para los champús...todo en apariencia innecesariamente fuera de las mochilas, pero necesariamente fuera por cuestión de espacio (quién sabe cómo conseguiremos coger el avión el miércoles...). Fin de la nota.
Y sí, el Tongariro National Park, lugar donde se encuentra el Monte del Destino (para quien haya visto el Señor de los Anillos sobran las explicaciones), nos recibió OTRA VEZ con lluvia. Yo ya había estado ahí con mi madre y su amiga Pocha y fuimos incapaces de hacer ni la más mínima excursión porque el tiempo decidió impedírnoslo. Cuando vi que estaba allí viendo diluviar por segunda vez, quise morirme, pero preferí reírme y grabar un vídeo para enviárselo a mi madre, tipo consuelo ("mira, mamá, no pudiste ver nada porque parece que nadie puede; aquí sólo llueve"). 
Me gustaría añadir en este punto que llevo acordándome de mi querida madre los cuatro días que llevamos de viaje (¿sólo cuatro días? ¡parecen 40 ya!) porque he vuelto a visitar los sitios donde estuve con ella...¡cuánto te pienso, madre mía!
Nos pasamos la tarde en el hotel más alto de New Zealand, que era bastante parecido al hotel de El Resplador, no sólo por ser un hotel de montaña vacío sino también por sus tétricos y largos pasillos. Bebimos cerveza, hablamos, nos reímos, nos desesperamos y hasta jugamos al futbolín. Pero no paró de llover en todo el día. Y yo con una mezcla de alegría de vivir y angustia de pensar que mi casa ahora es una mochila...Aún así, aquí tengo que decir que me estoy acostumbrando más rápido de lo que creía a que mis cosas estén comprimidas en una enorme mochila de la que es bastante difícil sacar nada...El primer día me agobié, las cosas como son. Me vi cinco meses así y...pero sí, sí. Ahora lo veo más claro. Sólo se trata de no darle demasiadas vueltas a las cosas. Vivir el presente, mirar lo que se tiene enfrente y pensar, como mucho, en el día siguiente. Estoy contenta aunque a ratos se me haga extraño. Siento que esto que hemos decidido es una necesidad vital. 
Pero, al margen de reflexiones pseudofilosóficas, no dejó de llover. Así que nos fuimos a la cama cruzando los dedos para que el parte meteorológico de la oficina de información turística se cumpliera: mejoría para la mañana del día siguiente, empeorando de nuevo al mediodía. A las 9 de la mañana (increíble, pero real) estábamos listxs para salir. Y hemos tenido suerte. Las dos horas de la marcha que hemos decidido hacer (no podíamos arriesgarnos a más) han salido perfectas. No ha llovido y hasta hemos visto el sol. A nuestra vuelta, cuando ya no nos quedaba nada para llegar al coche, negros nubarrones se han cernido sobre nuestras cabezas para acabar en lluvia cuando ya nos guardaba un techo...¡uf!
Desde ahí, habiendo intuido el Monte del Destino entre nubes (se ha llegado a ver bastante claro en algún momento; de ello darán cuenta las fotos de Miguel), hemos venido a Wellington, desde donde escribo estas líneas. 
La historia de cómo hemos acabado aquí (me refiero a la casa donde ahora estamos) es curiosa y divertida: a través de couchsurfing contactamos con un matrimonio que nos iba a dar alojamiento, pero (no sé por qué motivo) les dijimos (les dije, porque realmente fui yo quien me encargué de la gestión) mal las fechas. En vez de decir 19 de octubre, dije 19 de noviembre. Esa fecha, 19 de noviembre, ronda mi cabeza porque es el día que abandonaremos el país que para entonces habrá sido casa un año. Y cuando les escribí hace un par de días para saber su dirección porque se acercaba la fecha, me percaté del error cuando me contestaron diciendo que aún quedaba mucho. Como parecen una gente adorable (aunque aún -espero hacerlo- no lxs hemos conocido en persona), nos han ayudado mucho. Dado que ellxs no podían acogernos, nos dijeron que preguntarían a unxs amigxs suyxs y estxs dijeron que sí que podían...y...voilà! Aquí estamos...
No me entretendré demasiado en las cavilaciones o los miedos que nos acechaban pensando en llegar aquí porque todo ha salido perfectamente. Parecen estupendxs, sobre todo él, que es con quien hemos podido hablar más y estamos deseando que llegue el día de mañana para seguir conociendo Wellington, ciudad que a primera vista y primer paseo nos ha parecido incluso mejor de lo que querríamos...No podemos olvidar que en su día, recién llegadxs, podíamos haber decidido hacer aquí nuestra vida, pero nos decantamos por Auckland. Nunca sabremos cómo habría sido si hubiéramos decidido venir aquí...