domingo, 31 de agosto de 2014

¡Tonga!

Llegaron nuestras vacaciones. Y también terminaron. Así que ahora llega la crónica de un viaje que ha sido auténtico y genuino y que, como todas las vacaciones, se ha quedado corto y ahora se ha convertido en un tiempo añorado.
Antes de nada, parece necesario hacer una introducción sobre Tonga. Para ser sincera, hasta unas semanas antes de comprar los billetes, yo ni siquiera sabía que existía semejante país. 
El Reino de Tonga está formado por más de 170 islas (creo recordar que son 175), de las cuales sólo unas 36 están habitadas. Podemos decir que hay tres grandes conjuntos de islas: al sur están las islas cuyo epicentro es Tongatapu, donde se encuentra la capital de Tonga, Nuku'alofa. Después, un poco más al norte, están las islas Ha'apai, con su capital, Pangai, en una isla llamada Lifuka. Y finalmente está el grupo más septentrional, las islas Vava'u. Como después iré explicando, nosotrxs aterrizamos en Nuku'alofa, capital del país, y pasamos la mayor parte del tiempo en Ha'apai. Las islas Vava'u al parecer son las más turísticas, así que las descartamos por ese motivo y por ser las más lejanas al lugar donde nos dejaba el avión que nos llevaba desde New Zealand.

Llegamos al aeropuerto con Eva y Sergio, muertxs de sueño por las horas intempestivas a las que las compañías aéreas deciden hacer salir sus vuelos más baratos, pero contentxs e ilusionadxs, sintiendo que no podía ser verdad que EL DÍA al fin hubiera llegado. Llevábamos, literalmente, contando los días que quedaban desde hacía más de tres semanas. Yo me había hecho un calendario en el que iba tachando los días que faltaban. Con eso podéis haceros una idea de las ganas con las que esperábamos el gran día...
La experiencia tongana empezó ya en el avión, pues el asiento al lado del de Miguel estaba reservado para una tongana oronda y corpulenta como luego descubriríamos que son la mayoría de ellas. 
Según el avión iba descendiendo sobre suelo tongano, íbamos pudiendo comprobar (y eso que luego quedó claro que Nuku'alofa y Tongatapu no son, ni de lejos, lo más bonito de Tonga) que nos acercábamos al paraíso. Miles de palmeras nos saludaban moviendo sus hojas. 
La cola que tuvimos que esperar para poder pasar el control de pasaportes me habría exasperado en otro momento de mi vida, pero...hicimos bien en cambiar el chip y ponernos en modo vacaciones porque nos quedaban muchas colas y muchas esperas por delante. Tonga no es un país para ir con prisa, eso también nos ha quedado claro. 
Ya el aeropuerto dejó manifiesto que habíamos aterrizado en otro mundo. El edificio del aeropuerto parecía más bien una estación de autobuses vieja. Era surrealista que eso fuera un aeropuerto, acostumbrada como está mi vista a las lujosidades y estupideces del llamado "primer mundo". Pero sí, ahí aterrizaban aviones. Eso no era nada comparado con los aeropuertos que me quedaban por ver...pero no adelantemos acontecimientos. 
Recuerdo con especial cariño mi primer contacto con Tonga: el viaje desde el aeropuerto hasta la ciudad en un taxi conducido por un taxista que tenía increíbles lorzas hasta en el cuello. Este señor vio clarísimo que erámos suyxs desde el minuto cero. Se nos ofreció según nos vio, pero Miguel y yo, haciendo un alarde de dignidad, le dijimos que "no, thank you", porque necesitábamos cambiar algo de dinero y porque queríamos ubicarnos. Nos resultó hostil, al menos a mí, que nos entraran tan a saco nada más pisar tierra. Después de cambiar dinero, buscamos el supuesto autobús que nos podría llevar a la ciudad, pero no había rastro de él. El taxista volvió a acercarse y nos mostró un cartel que había en la pared donde indicaban hacia dónde quedaba la parada de bus y dónde estaba la de taxis. En dicho cartel también podía leerse que el autobús costaba $15 por persona y el taxi hasta la ciudad eran $40. Después de confirmarnos que el bus ya había salido, pudo demostrar por qué tenía tan claro que íbamos a viajar con él. Por $10 más nos llevaría a la puerta del hotel, pero no había bus para que pudiéramos plantearnos qué hacer...
El choque fue grande porque me vi, por primera vez, en eso que llaman "tercer mundo" o "países subdesarrollados" (ejem, ejem...). Me refiero a esos lugares donde la gente es pobre, todo es viejo, sórdido, cutre y está roto, pero las personas sonríen, son amables y parecen estar tranquilas y en paz viviendo con esas pocas comodidades porque no conocen otra cosa y porque, digo yo, a lo mejor la mitad de lo que creemos esencial, realmente no lo es...
El caso es que me llamó muchísimo la atención el hecho de que, aunque era la primera vez en mi vida que veía con mis propios ojos un lugar así, sin embargo no me impactó demasiado, no me sorprendió increíblemente o no fue como si fuera la primera vez que veía algo así. Extraño. Es como si esas imágenes formaran parte del imaginario popular, como si la globalización hubiera hecho que perdamos la capacidad de sorprendernos o como si ahora fuera más fácil que nunca haber estado ya donde nunca has estado. ¿Miedo? De cualquier modo, el cambio fue brusco. Salíamos de un avión con pantallas para cada asiento y nos encontramos con un mundo completamente diferente, donde las niñas y los niños, descalzos por la calle, se cruzaban con cientos de perros y esquivaban coches rotísimos, sin lunas o con plásticos haciendo esta función. Hago hincapié en la cantidad de perros...
Por la carretera fuimos viendo un sinfín de tiendas con rejas. Pero luego descubrimos que este tipo de tiendas también existían en la ciudad. Cuando digo "tiendas con rejas", quiero decir "tiendas con rejas". Imaginad un mostrador, una tendera o un tendero que tiene tras de sí una estantería con muchísimos productos diferentes todos apilados y colocados sin mucho acierto. Imaginad que esa tendera o ese tendero tiene ante sí la barra de su negocio y ahora ponedle unas rejas por delante a esa barra, haciendo que esa tendera o ese tendero quede separado de la clientela. Así era. Nunca descubrimos por qué. A priori hace pensar en robos, pero la gente después nos pareció muy pacífica y no tuvimos en ningún momento problema alguno, así que...quién sabe. Como dato, apunto que muchas de estas tiendas estaban regentadas por chinas y chinos. 
Pero volvamos a nuestro taxista lorzoso...Sonriente y muy amable, nos dejó en la puerta del Noa guest house, el lugar donde pasaríamos la primera noche para dirigirnos al día siguiente al aeropuerto doméstico a coger la avioneta que nos llevaría a Pangai. El dueño del hotelillo era Morfeo, el de Matrix, pero en silla de ruedas. Y nos recibió con unos cocos que llevaban insertada una pajita en un pequeño agujero. ¡Qué ricos estaban! Yo me bebí el agua del coco de cinco tragos. 
Después de dejar nuestras cosas en la habitación, que era básica, pero estaba bien y, sobre todo, muy limpia (poco a poco iríamos descubriendo que ésta es una caracterísitca de Tonga: por más cutre, viejo, roto o sórdido que sea todo, no hay suciedad; las cosas están limpias everywhere), nos fuimos a pasear por Nuku'alofa. Entramos en un mercado lugareño muy auténtico. En un espacio grandísimo había decenas de mesas repletas de frutas y verduras. Sin duda, el color verde imperaba. Pero vi verduras que jamás antes había visto. El sitio inspiraba paz. A mí me encantó. Y me gustó sentir que, aunque éramos prácticamente lxs únicxs turistas, apenas nos miraban. No llamábamos la atención. Ahí, ya rodeadxs de tonganas y tonganos por todas partes, pudimos concluir que no nos habíamos adelantado en nuestro juicio: a la mayoría les sobran unos kilos, pero es gordura maciza. No sé bien cómo explicarlo. Es gente grande, fuerte, corpulenta, gruesa, robusta, voluminosa, oronda, de constitución rolliza, pero con aspecto sano. 
Abandonado el mercado, fuimos a conocer el paseo marítimo. A esas alturas ya nos habíamos acostumbrado a que todo el mundo nos saludara amablemente por la calle. Un escueto "hi!" o "hello!" o "bye!" acompañado de una sonrisa (sonríen y se ríen mucho, eso es un hecho). 
Nos compramos unas cervezas en una tiendecita en el camino y empezamos mal la tarde, porque eran cervezas de botellín de las que se pueden abrir tirando de una solapa en la chapa y la mía salió defectuosa, así que tuvimos que hacer virguerías durante unos cuantos minutos con una llave hasta que, medio caliente por haber sido sobada, conseguimos abrirla. Pero eso no era nada comparado con las cervezas calientes que nos esperaban...
Después merencenamos en un lugar llamado "Friends" que en aquellos momentos ya nos llamó la atención por lo "primermundizado" que estaba, pero que nos chocaría mucho más a la vuelta, habiendo conocido ya la Tonga real y no la de la capital. Era un sitio muy preparado para turistas, pero en ese momento quizá no nos dimos tanta cuenta. Tampoco había muchas opciones...y menos teniendo en cuenta que buscábamos un lugar donde no comer carne ni pescado. De esa merienda-cena yo destacaría la inutilidad suprema de la camarera, que decidió que la mejor idea era tomar la orden en su cabeza. Miguel pidió un sandwich de tres ingredientes que, desafortunadamente, no coincidían con los tres ingredientes del mío. La buena muchacha vino tres veces a confirmar que se acordaba bien, pero no...no se acordaba bien. Finalmente, tal como era previsible, los sandwich llegaron mal...remal. Ella misma nos ofreció el tostado que el mío no tenía, pero es que al de Miguel le habían cambiado dos ingredientes, poniéndole atún y encima se medio ofendieron cuando les intentamos explicar que se habían equivocado...Allí nos tomamos la primera cerveza tongana. Probamos dos diferentes y decidimos, sin lugar a dudas, que la Popao se convertiría en nuestra fiel aliada en ese viaje. 
Llegamos al hotel de nuevo a eso de las sierte de la tarde completamente agotadxs. Yo quise dormirme, pero a Miguel le pareció pronto. Hablamos un rato en la cama hasta que sucedió lo inevitable...¡caímos! Y lo de Miguel fue sólo media hora, ¡pero yo me dormí casi tres! Luego pretendimos tomarnos algo por ahí, pero fue imposible porque los pocos bares que había (por muy grande que sea Nuku'alofa -no, no es muy grande-, las opciones quedan en una sola calle, la calle del "Friends", obvio) tenían una música insoportable a un volumen más insoportable todavía. 
Ahí decidí que escribir es recordar y por ello he ido tomando notas del viaje casi a diario a fin de poder redactar una buena crónica y evitar que los detalles y las sensaciones se pierdan en el bosque de los recuerdos. 
A punto de terminar nuestro primer día lejos de todo lo conocido, apunté lo que sigue: todo cutre, sórdido, coches sin luna o con ellas rotas, taxistas comeculos, conducción temeraria -que explicaría el estado de los coches-, gente amable, chapitas de oro en los dientes (especialmente las mujeres), perros por doquier, pero también vacas y cerdos, autobuses repletos de gente y sin puerta. 
Y volví a reflexionar sobre lo curioso de que, siendo la primera vez que veía todo esto, sin embargo no me sorprendiera como si fuera la primera  vez. 
Con esas sensaciones me fui a dormir por primera vez en mucho tiempo lejos de mi cama neozelandesa. 

El segundo día fue de toma de contacto real. Ya habíamos despertado en Tonga, nuestros pies sabían qué suelo pisaban y nuestras cabezas empezaban a ubicarse...
El primer día intentamos conseguir un protector solar, pero no fue fácil. El único sitio donde vimos uno, valía más que la comida de tres días, así que decidimos postergar la búsqueda. El segundo día encontramos una tienda donde ya tenían un precio razonable y nos hicimos con el único que había: children factor 30. Miguel estaba obsesionado con comprar un repelente de insectos (luego comprobaríamos que había sido una muy buena idea) y eso sí pudimos conseguirlo el primer día.
Ese segundo día, cuando compramos el protector solar (dos botes, para ser exacta), comprobamos definitivamente que el dólar tongano no estaba tan barato como esperábamos y que las cosas tampoco eran tan baratas como creíamos que iban a ser. 
Ese día, martes 19 de agosto, volábamos destino Pangai, capital de Lifuka, en las islas Ha'apai (recordad la introducción sobre Tonga), así que nos dirigimos al aeropuerto (esta vez al doméstico) con otro taxista loco y gordo (aunque menos que el del día anterior), previo desayuno de galletas con zumo en el paseo marítimo. 
La experiencia del domestic airport merece ser contada con detalle. Cuando llegamos (90 minutos antes de la salida del vuelo, tal como nos habían pedido), casi nos da la risa pensando en la antelación al ver el lugar. Era un pequeño edificio cuyos baños no tenían ni luz ni agua en el que los vuelos se anunciaban en una pizarra. Cuando había algún cambio, trapo en mano, borraban y escribían la nueva información. Por ejemplo, vimos cómo despegaba una avioneta y pudimos presenciar cómo pusieron "departed" con el bolígrafo para avisar de que ya había salido. Bastante cómica la hora y media de antelación que se pedía...Había dos mostradores donde nos dieron los billetes escritos a mano (¿ordenadores? ¿eso qué es?) y donde nos pesaron en una báscula con nuestro equipaje de mano. Eso era todo. Pero aún así...Miguel y yo llegamos a la hora prevista y estuvimos haciendo tiempo hasta que, diez minutos antes de la hora de salida del vuelo, nos llamaron por un altavoz casposo. Cuando entramos, la mujer que nos había dado los billetes nos pidió que nos acercáramos a ella y nos explicó que la avioneta tenía un sobrepeso de 200 kg con respecto a lo que podíamos permitirnos, así que si no salían dos voluntarixs para quedarse en tierra y volar al día siguiente, tendrían que quedarse las dos últimas personas que hubiesen hecho el check-in. Obviamente, nadie se pronunció, todxs nos miramos unxs a otrxs esperando que alguien dijese algo, y el tiempo pasó despacísimo hasta que pudimos descubrir quiénes eran lxs pringadxs que se quedaban...Yo pasé unos minutos un poco tensos pensando en la posibilidad de que fuésemos Miguel y yo, pero como bien me dijo él, nosotrxs habíamos llegado bastante antes que la mayoría de las tonganas y tonganos que esperaban ahí con toda la calma del mundo y con maletas que, obviamente, excedían el límite permitido. 
Como podéis prever, finalmente todo salió bien y pudimos volar...con cierto retraso, pero llegamos a nuestro destino. 
Ya en ese aeropuerto pudimos darnos cuenta de algo que se convertiría en tónica general a lo largo de nuestros días en Tonga: por todas partes había gente ociosa y cuando se suponía que estaban trabajando, siempre parecía haber más gente de la que se nos antojaba necesaria. Por ejemplo, en el aeropuerto había casi más gente trabajando que pasajeros y pasajeras...
Las impresiones de los primeros días son las más importantes por dos motivos: primero, porque poco a poco nos fuimos acostumbrado a lo que al principio llamaba nuestra atención y segundo, porque los días en Uoleva a los que me referiré más adelante estuvimos tan aisladxs que tampoco nos dieron la oportunidad de que nuestros ojos y nuestras mentes se agitaran ante demasiados estímulos. 
Durante los dos primeros días pudimos ver un montón de niñas y niños saliendo o entrando al colegio y a mí me gustaron especialmente los uniformes. Las niñas y adolescentes llevan vestidos muy coloridos. Dependiendo del colegio, son rojos, azules, verdes...pero siempre de colores intensos. Sus pelos largos van anudados en interminables trenzas rematadas por grandes lazos del mismo color que el uniforme. Los niños y adolescentes, por su lado, así como algunos de los hombres, llevan una especie de fardo amarrado a la cintura con cuerdas que da la impresión de ser de paja. Algunas mujeres también llevan algo similar, pero mucho más exagerado. A algunas de ellas prácticamente les cubre el cuerpo entero. La verdad es que no tiene pinta de ser muy cómodo...
Pero vuelvo al aeropuerto...Mientras Miguel y yo esperábamos a que llegara la hora, y antes del incidente del sobrepeso en la avioneta, un señor se acercó a Miguel con un móvil en la mano diciéndole que era para él. Si eso ya era lo suficientemente surrealista, Miguel decidió superarlo cogiendo el teléfono con decisión, convencido de que realmente podía ser para él...Como yo le dije que qué hacía, de repente se percató de lo absurdo de la situación y vivimos unos momentos bastante cómicos, en los que él preguntó que quién era y el señor volvió a insistir en que era para él...Después de un minuto de "es para ti", "¿pero quién es?", "no, no, es para ti", nos enteramos de que el señor buscaba a un tal Álex, así que se marchó con cara de no estar muy convencido de que Miguel no tuviera que responder a la llamada...
Ese rato de espera fue gracioso porque, después de todo el cachondeo que habíamos tenido durante semanas con el vuelo en avioneta, estuvimos intentando decidir cuál de los dos "aviones" sería el nuestro, si el pequeño o el muy pequeño. Sí, al final el nuestro era el muy pequeño. Íbamos sentadxs detrás del piloto, separadxs sólo por una fila de tres asientos donde iban sentadas, madre e hija, las únicas guiris junto con nosotrxs de toda la avioneta. El resto eran lugareñas y lugareños. La avioneta tendría unas dieciocho plazas en unas seis filas. Cada fila tenía tres asientos, dos juntos y uno al otro lado del pasillo. 
En esos momentos, siempre cuaderno cerca, reflexioné sobre el viaje por Asia. A esas alturas (todavía no habíamos despegado...ja-ja), ya me había dado cuenta de que Tonga sería un preámbulo de lo que seguro nos aguarda en el continente asiático. Pensaba entonces, digo, que el viaje por Asia será increíble, pero seguro que a ratos agobiará la sensación de extrañeza o hasta de desubicación. Eso pensaba mientras esperaba en la avioneta...
El vuelo fue muy agradable. La única pega era el infernal sonido del motor, pero por lo demás, todo fue bien. Las vistas al despegar y cuando llegábamos fueron espectaculares, todo lleno de islas rodeadas de un agua con un color alucinante...
Los tonganos, al parecer más que acostumbrados a ese viaje, se durmieron antes de que la avioneta despegara, pero las otras dos guiris, Miguel y yo mirábamos por las ventanillas entusiasmadas y deseando llegar. 
Al aterrizar, descubrimos que el nivel de aeropuerto rudimentario y básico siempre puede superarse. En éste sí que no había nada de nada...Por no haber, no había ni taxis ni teléfono desde el que llamar. Preguntamos a las otras turistas (yo seguía sorprendida de lxs pocxs turistas que éramos...) cómo habían hecho ellas para llamar a alguien para que las recogiera y nos dijeron que nos acercáramos al mostrador y pidiéramos que llamaran a nuestro hotel. Hay que añadir que teníamos reserva gracias a que Morfeo (¿recordáis al dueño del primer hotel, en Nuku'alofa?) había llamado para hacernos el favor, porque Miguel y yo habíamos sido incapaces de contactar con el hotel que nos interesaba en la isla. Digamos que había dos tipos de hotel: los baratos sin página web y que no respondían a los emails y los caros, cuyos precios hacían parecer que estábamos en Miami en vez de en Tonga...Sobra que diga qué tipo nos interesaba a nosotrxs, ¿no? A lo que iba...Pedimos a la señora del mostrador que llamara al Fifita´s guest house y en no demasiado tiempo vino a recogernos una mujer de unos treinta y pocos años que, de camino a la ciudad, pasó por el colegio a recoger a sus hijos mientras nos decía, sonriendo, que se le había olvidado. Los niños, más contentos que unas castañuelas y como si nada hubiera pasado, se montaron en el coche y todxs juntxs nos dirigimos a Pangai. Durante el camino, que yo diría que no duró más de diez o quince minutos, decidimos que ahora sí que estábamos cerca del paraíso...Palmeras, verde y mar. Eso nos rodeaba. Y de vez en cuando un cerdo despistado que cruzaba la carretera como si la humanidad no fuera con él. No creáis que los coches se achantaban...Pitaban sin reducir la marcha y los cerdos, qué remedio, apreciando su vida, aceleraban el paso. 
El "hotel" era un sitio sórdido y cutre, pero (otra vez) limpio. Aquí las comodidades no existían: ni agua caliente, ni colchones en condiciones, ni ventanas que cerraran (problema teniendo en cuenta los mosquitos), ni luz en todas partes...pero todo el mundo sonriente. A nuestra llegada, nos recibió la mismísima Fifita, que se presentó orgullosísima de ser quien era. Sólo le faltó ofrecernos un autógrafo. 
Salimos a dar un paseo donde seguimos cruzándonos con cerdas seguidas por sus camadas, señores cerdos muy elegantes y hasta alguna vaca. También había decenas de perras y perros, gallinas por todas partes y gallos muy cantarines que se convertirían en un problema a la hora de dormir en los días sucesivos. En el paseo, como era previsible, pudimos seguir viendo la sordidez hecha lugar. Todo cutre, viejo, roto...pero paz y tranquilidad. Esa era la clave. 
Se suponía que estábamos en la gran ciudad de todo el conjunto de las islas Ha'apai. Y cuando llegamos, nos dimos cuenta de que no era más que una aldea con poquísimas posibilidades. Pero qué sol...y qué temperatura...Así no se puede ser infeliz. 
La primera noche en las islas Ha'apai yo dormí a pierna suelta, pero Miguel no puede decir lo mismo...Las campanas, los cerdos (uno se paró justo debajo de nuestra ventana -estábamos en la planta baja- y no paró de hacer oink, oink y de restregarse contra la pared, según me contó Miguel al día siguiente) y los gallos no le dejaron...Yo sólo me enteré del perro poseído que ladró como si no hubiera un mañana durante un buen rato. Pero lo demás no me afectó lo más mínimo. 
Y al fin me encontraba cerca del destino final...

A la mañana siguiente, tal como nos habían indicado, subimos al primer piso para recibir el desayuno que supuestamente incluían los cincuenta dólares tonganos que habíamos pagado por la habitación. 
Creíamos, claro, que íbamos a desayunar...pero no fue, digámoslo así, el desayuno más copioso de nuestras vidas. Sólo había tostadas (sí, ya habían tostado el pan...más o menos a la hora que cantó el gallo...) frías. Sobre la mesa guardaban, como si de una reliquia se tratase, un bote de mermelada al que no le quedaba absolutamente nada, pero del que yo, no sé por qué, intenté sacar algo. Pude conseguir darle un mínimo de sabor al pan frío y así desayuné. Miguel se untó mantequilla (sí, de eso sí había) y así llenamos el buche. 
Ya había quedado claro que ahora sí que sí habíamos abandonado las pocas comodidades que aún se podían encontrar en la capital del reino de Tonga, como a ellxs les gusta llamar a su país (Kingdom of Tonga). Puede ser interesante apuntar el dato de que Tonga es la única monarquía hereditaria constitucional del Pacífico. 
Cuando terminamos de desayunar, serían las nueve de la mañana. Con ayuda de Nesi, la chica que trabajaba en el Fifita´s junto a la propia Fifita (a la cual, por cierto, no volvimos a ver), conseguimos unas bicicletas, dispuestxs a aprovechar la mañana. Nesi nos había dejado su móvil para llamar a Finau, el contacto que teníamos en el sitio al que nos dirigíamos para pasar los siguientes cinco días, y habíamos quedado con ella (sí, Finau era una mujer...aunque, no sé por qué, Miguel y yo habíamos decidido que era un hombre) en que nos recogía allí a las dos de la tarde, así que teníamos toda la mañana. 
Antes de la excursión tuvimos que hacer gestiones económicas. Visto que el dinero volaba, cambiamos todo lo que nos quedaba en dólares neozelandeses (sí, había una casa de cambio) y Miguel tuvo que sacar en el banco (sí, el único banco de todo el conjunto de islas) porque tenía menos que yo. En la puerta del banco, que era el edificio mejor plantado de la isla, pero que aún así no se parecía a una sucursal de pueblo español, me quedé esperando a Miguel junto a las bicis y a unos cerdos que se pararon a la fresca.
Ya me he referido a las islas Ha'apai anteriormente, pero ahora voy a hablar un poquito más de ellas. Dependiendo de dónde se consulte, se puede leer que son 62 o 68 islas, la mayoría de ellas son islas bajas de coral o atolones, excepto algunas islas volcánicas entre las que destacan los volcanos activos de Tofua y Kao. Como ya os imaginaréis, la mayoría están deshabitadas. La población total según el censo de 1996, para que os hagáis una idea, era de 8.138 habitantes y la superficie total es de 109,3 km2. Ya ha quedado claro que la isla principal es Lifuka, cuya capital, Pangai, es a su vez la capital de todo el conjunto. Por ese motivo, a veces llaman Ha'apai a Lifuka, lo cual lo hace un poco confuso. El caso es que Miguel y yo estábamos en Pangai y después iríamos a Uoleva, que está situada justo al sur de Lifuka, pero esa mañana, con las bicis, nos fuimos a Foa, que está justo al norte. ¿Cómo? Porque ambas islas están unidas por un paso elevado. Sí, sí, tal cual. Esperad a ver las fotos en Facebook porque pedir fotos junto con el texto es too much. Alguna aparecerá más abajo, pero si lo ilustro todo, pierde la gracia contarlo. Así soy yo. Así que la cosa queda del siguiente modo: al sur Uoleva (deshabitada), más al norte Lifuka y finalmente Foa. Desde Pangai hasta la punta norte de Foa hay 14 km. Pues Miguel y yo, modo deportista, nos los hicimos de ida y vuelta. En algún momento sufrí por Miguel...¡ja! Pero lo pasamos muy bien. Todo el camino fue agradable, con una temperatura ideal, pero cuando llegamos al final de Foa y vimos esas playas...supimos que habíamos acertado de pleno. Recuerdo perfectamente el momento en que, tiradas las bicis, nos asomamos y vimos esa arena blanca y ese agua azul turquesa...Nos miramos y nos reímos. Fue brutal. 
De vuelta a Pangai, comimos en el Mariner´s Café, uno de los pocos sitios a los que podría llamarse restaurante en muuuuchos kilómetros a la redonda. Está regentado por una señora que tiene aspecto nórdico, pero a la que no llegamos a preguntar de dónde era. Su acento inglés dejaba claro que esa no era su lengua nativa, pero tenía pinta de llevar allí un millón de años. Igual debería haber añadido antes que en Tonga los idiomas oficiales son el tongano (obviamente) y el inglés. Es difícil encontrar a alguien que no sepa inglés, pero sí...encontramos, encontramos. No adelantemos acontecimientos. 
Después de comer, compramos unos suministros en la única tienda que vimos, china al mostrador, pero más adelante quedaría clarísimo que no habíamos comprado suficiente..
Uoleva, como he dicho, queda al sur de Lifuka. Para alcanzar esta isla, hay dos vías: la fácil y cara, ir en bote; y la difícil y barata, cruzar por la barrera de coral que une ambas islas cuando baja la marea. Yo había leído en el blog de un español que él y su novia lo habían hecho con un resultado que dejaba mucho que desear...porque a mitad del camino les empezó a subir la marea y como no veían bien dónde ponían el pie...se habían metido al agua casi hasta los hombros con todo el equipaje. Como queda dicho, Miguel y yo habíamos acordado con Finau que nos recogía a las 2 allí mismo, en el Mariner´s Café. Luego nos enteramos de que nos había dado esa cita porque a esa hora y allí era donde se repartía la gasolina. Se montó un pequeño atasco porque me imagino que se concentraban en unos pocos metros la gran mayoría de lxs habitantes de la isla. Los cerdos por el medio también hacían bulto, las cosas como son. 
Finau nos llevó en coche hasta un punto más al sur y allí tuvimos que esperar quince minutos tonganos (una hora) a que llegara su marido para manejar la barca que nos llevaría al PARAÍSO...En la barca íbamos el marido de Finau, cuyo nombre nunca conocimos porque no hablaba, Kalafi (el dueño del lugar al que nos dirigíamos), Miguel y yo. Pero en aquellos momentos no sabíamos ni que el patrón era el marido de Finau ni, sobre todo, que el señor manco era el entrañable Kalafi. 
Desde la barca pudimos ver el famoso paso por el coral que une ambas islas (sólo son 500 metros, pero...) y yo decidí que habíamos hecho muy bien en descartar esa posibilidad. No quería ni pensar en cómo rompían las olas...
Cuando llegamos a Uoleva, alucinamos. 



Omitiendo mi garrulerismo (en el momento de la foto llevábamos varias horas andando y no me fiaba de la crema protectora, así que decidí echarme la toalla por los hombros), podréis observar, apreciar y darme la razón...¡estábamos en el paraíso!
Pero bueno...ya estoy adelantando acontecimientos otra vez. 
Antes de poder alucinar del todo con el lugar, pasamos unos apurillos de índole económica. Nadie sabe bien por qué (supongo que no somos tan inteligentes como nos creemos), no llevábamos dinero suficiente...El palo que nos pegaron por ir en barca ($30 cada unx) nos terminó de rematar y cuando llegamos allí, nos dimos cuenta de que teníamos el dinero justo para pagar el alojamiento (cinco noches) y que nos sobraba un poquito más, pero no suficiente como para poder pagar $15 cada unx por la cena diariamente y otros $10 más cada unx si queríamos desayunar...Encima, recordemos que nuestras provisiones no eran especialmente abundantes...
Percatarnos de que no teníamos cerveza para pasar unos días en el paraíso fue un duro varapalo. Así que decidimos ir a hablar con el bueno de Kalafi. Tampoco entendemos muy bien cómo pudimos encontrar la motivación para hablar con Kalafi en el hecho de no tener cerveza y no en el hecho de no tener comida, pero las cosas fueron de ese modo y yo no quiero faltar a la verdad. 
Este amable señor, del cual hablaré repetidamente en las próximas líneas, nos dijo que no había ningún problema, que podía abrirnos una cuenta e ir apuntando todo lo que comiéramos y que podríamos pagarle el último día, cuando nos llevaran de vuelta a Lifuka, donde debéis recordar que había un banco donde Miguel había sacado dinero mientras yo esperaba con los cerdos en la puerta. Superada la realidad de que somos un poco inútiles en asuntos económicos (¿cómo podíamos habernos encargado de sacar y cambiar dinero esa misma mañana con tan nefastos resultados?) y sabiendo que no moriríamos de inanición o, peor aún, por no poder beber cerveza (Kalafi nos dio dos de sus cervezas para ese día y nos prometió que al día siguiente su yerno el barquero traería más), pudimos respirar a gusto. 
Después descubriríamos que las cervezas estarían calientes forever porque allí no había nevera, pero ese no fue problema. Teníamos cerveza. 
Pasado este trance, pudimos hacernos cargo de dónde estábamos...La verdad es que ahora sí podría llegar a resultar que las palabras se queden cortas, así que os voy a obsequiar con una foto: 



Ahí podéis ver la cabaña donde pasamos los que sin duda han sido unos de los mejores días de mi vida. Paz, relax y tranquilidad. 
Las cabañas están construidas con palos (literal, porque no están ni tallados ni pulidos, están puestos tal cual los agarraron del bosquecillo del medio de la isla) y por dentro están todas recubiertas de hules, los míticos manteles de plástico, para impermeabilizarlas y cortar el viento. En su interior sólo hay un colchón con una mosquitera y una pequeñísima mesita junto a la puerta. La única bombilla funciona gracias a los paneles solares que tiene Kalafi en el techo de su cabaña, que es la principal y está detrás de la que fue la nuestra, más o menos en el lugar desde el que está tomada la foto. Además de nuestra cabaña, había otras cinco. El día que llegamos sólo estaba habitada una, por un griego que según Kalafi era italiano. Al día siguiente llegó una pareja austríaca que según Kalafi era de Finlandia y ya el último día llegó a otra cabaña un señor que debía ser neozelandés o que, por lo menos, vive aquí (ahora escribo desde New Zealand, claro). 
Las comodidades brillaban por su ausencia y no había ningún tipo de lujo, pero el placer que proporciona este lugar va mucho más allá de la potencia del chorro de la ducha del agua fría recogida por contenedores cuando llueve. Paz. Paz. Esa es la palabra...
Los baños (dos retretes y una ducha) están en un edificio al lado de la última cabaña (Kalafi las contaba de derecha a izquierda según la vista al salir de su cabaña; por eso la nuestra era la número 3). Todo era básico a niveles exagerados, pero (ya he hecho alusión a esto en varias ocasiones) todo estaba limpio. 
Volviendo de nuevo a nuestra llegada a la isla, y solventado el problema de la comida, puedo decir que ya nos relajamos completamente y entramos en modo vacaciones. 
Os podéis imaginar que, una vez que la noche llegaba (y eso era a las 7 de la tarde), ya no había nada que hacer...así que ese día nos fuimos a la cama a las diez y poco sin cenar porque habíamos comido abundantemente en Lifuka antes de salir y porque, a pesar de que estaba solventado el apuro económico, habíamos decidido ahorrar para dejar a deber lo menos posible. 

Al día siguiente nos despertamos a las 7:30, hora que (para quien nos conozca bien esto será dato conocido) está más cerca de la hora a la que solemos dormirnos que de la hora a la que solemos levantarnos...Después de hablar un poco y de que Miguel se levantara bastante motivado (demasiado, diría yo atendiendo a lo que pasó después), volvió a la cama y nos dormimos de nuevo hasta las 10:00.
Desayunamos cuatro o cinco galletas de las que aún nos sobraban del desayuno del día anterior (galletas y zumo en el paseo marítimo de Nuku'alofa antes de coger la avioneta, ¿recordáis?) y nos encaminamos al punto donde se unen Uoleva y Lifuka para ver de cerca la barrera de coral que podíamos haber cruzado a pie con la marea baja. Si ya desde la barca me quedó claro que yo no tenía necesidad alguna de pasar esos 500 metros sufriendo, viéndolo bien me quedé aún más convencida...
Ya que el viaje parecía haberse convertido en "cómo pasar apuros, pero sobrevivir para contarlo", pasado el punto donde se unían las dos islas, nos dimos cuenta de que no teníamos demasiada agua...Sí. Ha quedado manifiesto que somos bastante inútiles con las provisiones y las previsiones. El paseo, que comenzó idílicamente, al final cansó (para qué engañaros), pero seguíamos en el paraíso, así que nada podía importar demasiado...Una vez más, sobrevivimos. Y llegamos a tiempo para rellenar la botella con el agua que el bueno de Kalafi recoge de la lluvia (madremíadelamorhermoso, menos mal que en la compra del día anterior tuvimos la brillante idea de hacernos con una botella de agua...si no habríamos muerto seguro; y sí, sé que pensaréis que no hacía falta ser muy lista para comprar una botella de agua, pero...supongo que no hay necesidad de que recuerde que no habíamos demostrado un alarde de previsión...).
Llegamos de nuevo a la cabaña sobre las 15:30 y comimos galletas húmedas y rotas. Ha llegado el momento de que sepáis cuáles fueron exactamente las compras del día anterior: dos paquetes de panchitos, una caja de unas cookies de chocolate que en su día debieron ser brillantes, pero que en ese momento ya se encontraban convertidas en pedazos, húmedas y bastante malas -en contra de lo que decía la fecha de caducidad del envase- y la botella de agua. Esto fue todo. Además, también teníamos galletas del día anterior, las galletas que habíamos tomado como desayuno y que, si bien en un primer momento parecieron unas galletas normales, ahora parecían una delicia, un manjar exquisito propio de dioses. 
Podéis pensar que somos unxs cutres y que podíamos haber comido algo más decente, pero resulta que Taiana, la mujer de Kalafi, sólo prepara desayuno y cena. Así que a esas horas allí no comía ni Dios. Nos tuvimos que conformar con las cookies húmedas y rotas. Empezamos comiendo pedazos grandes y hasta alguna entera, pero en posteriores días tocaríamos fondo del todo...
Después de "comer", nos sentamos en el porche a ver la vida pasar. 
Y por fin pudimos conocer a Kalafi, verlo en todo su esplendor...
Ha quedado dicho que el día anterior nos dio dos de sus cervezas prometiendo que al día siguiente traerían más. Pues bien, si las dos primeras eran latas, para la siguiente ronda decidió que era una buena idea traer botellines de Heineken aun cuando allí nadie tenía abrebotellas. Por esa circunstancia, pude ver por primera vez en mi vida a un manco abrir una cerveza con un cuchillo de carrnicero. Fue sublime. Los momentos de tensión que a mí me parecieron horas, pero serían segundos, durante los cuales agarró el cuchillo con el trozo de brazo que le queda y la cerveza con la única mano que conserva demostrando un gran manejo de las partes de su cuerpo fueron dignos de ser mentados. Yo no sabía si reírme o llorar. Y ahí dejó bien claro que no se sentía amilanado por ninguna carencia. Qué señor...Qué proeza de señor...
Después, recordándolo con Miguel, casi nos morimos de risa. A lxs dos nos pasó lo mismo: no sabíamos si ofrecer nuestra ayuda, si decirle al otro que hiciera algo...o si seguir allí paradxs esperando un milagro. Eso hicimos. Y el milagro sucedió: Kalafi abrió la cerveza sin amputaciones. 
Esa noche, con la risa floja, comentamos que Taiana, la dulce señora que nos demostró que en Tonga puede haber gente que no hable inglés aunque sea oficial, tiene bigote, pero no tiene perilla. Y recordamos a una señora que habíamos conocido el día anterior, ya ni me acuerdo dónde. Entre risas, decidimos que habíamos visto más cosas sórdidas en los últimos tres días que en los últimos tres años. 
Yo ya pude empezar con la broma que me duró todos los días: Kalafi y Miguel se hicieron mazo colegas. Ahí, todo el día con sus conversaciones...
Mención especial merecen la perrita y el perrito que viven allí con Kalafi y Taiana...¡tan dulces...!
Desde nuestra cabaña, a pesar de que todo era idílico, las decenas de ladrillos de hormigón que alguien había apilado en el peor sitio que podían haber decidido enturbiaban un poco la vista de la playa. Pero yo no podía ser más feliz...
Mientras charlábamos en el porche casi completamente a oscuras (sólo llegaba algo de luz de la cabaña de Taiana y Kalafi), Miguel vio pasar una sombra. Rápidamente sacó su móvil (que sería nuestro fiel aliado en esos días de tinieblas gracias a la linterna que tiene -nota mental: hacerse con una linterna para Asia-) y apuntó...Lo que podría haber sido un cangrejo por su (puto) tamaño, era en realidad una araña...Supongo que ahora entenderéis por qué he dicho más arriba que la obsesión de Miguel por hacerse con un repelente de insectos cobró todo el sentido del mundo en ese momento. Bien es verdad que no sé si eso podría llamarse insecto teniendo en cuenta sus dimensiones, pero en cualquier caso...todas las noches echamos por todas partes antes de dormir (ventanas y huecos de toda índole). A mí me dio mal rollo un rato (ir a lavarse los dientes a oscuras andando por la arena de la playa después de haber visto semejante espécimen no parecía un planazo), pero en realidad se me pasó enseguida. 
Sin embargo, Uoleva tenía más fauna preparada para hacer aparición estelar aquella misma noche...Esa noche empezó la que más adelante sería conocida como "la fiesta de la rata", evento que se repitió cada cielo oscuro (diría "cada luna", pero nadie sabe por qué -lo preguntó uno en una fiesta que estuvimos otro día y nadie supo darle respuesta-, allí no había luna...)
"La fiesta de la rata", un acontecimiento que entretuvo a Miguel todas las noches unas cuantas horas, dio comienzo cuando empezaron a sonar unos ruidos que no podían identificarse claramente, pero que no parecían ser el viento moviendo los hules que recubrían nuestro hogar. Esa noche Miguel no pudo saber que era una rata, pensó que era un ratón. Pero a la mañana siguiente, cuando habló con Kalafi, confirmó sus peores sospechas. Esas cositas verdes, tipo semillas, que teníamos en todas las esquinas de la cabaña, no eran otra cosa que veneno para sus amigas las ratas. No podéis imaginaros qué nochecita...Yo tenía demasiado sueño como para preocuparme por nada, pero Miguel, bastante convencido de la necesidad de identificar al intruso, iluminaba media cabaña cada dos por tres, impidiéndome dormir, pero sin hacer el suficiente ruido como para conseguir desvelarme o espabilarme. Fue muy divertido...
El pobre se tiró ni se sabe cuánto...y al final cayó rendido. 
Como digo, el evento se repitió cada noche. Y cada noche pasaba lo mismo: yo quería motivarme en la búsqueda de la rata, para que Miguel no se sintiera solo, pero no podía...Me dormía. Sólo hubo una noche (creo que la segunda) en la que me espabilé de 4 a 5 de la mañana y participé en el juego de intentar alumbrar a la rata. Yo no conseguí verla ningún día (motivo por el cual pude reírme de Miguel insinuando que se lo inventaba), pero es obvio que nuestra amiga ya era casi de la familia, porque Miguel la llegó a ver a tres palmos de su cara, casi saludando mientras movía los bigotes. En fin...No podíamos hacer nada. Así que, poco a poco, Miguel también se fue rindiendo y cada noche consiguió dormir un poco antes y gastar un poco menos de batería del móvil y de energía en intentar identificar en qué esquina de la cabaña estaba. Fuimos depurando técnicas de evasión conforme pasaban los días y cada noche nos preparábamos mejor para la fiesta de la rata, tapando todos los agujeros de la cabaña con cosas que iban desde nuestras propias deportivas hasta las aletas que nos habían dejado Kalafi para bucear, pasando por la papelera y hasta algún palo. 
Pasó a formar parte de la rutina y, sinceramente, yo me sentía segurísima con la mosquitera. ¡JA! Imaginad la risa que le daba a Miguel y la que me da a mí ahora si lo pienso bien...
Yo me refugiaba en la idea de que nosotrxs asustábamos a la rata más que ella a nosotrxs y que no tendría ningún interés en acercársenos. Así fue. Eso no pasó. Así que...pasemos a otro punto.

Si el día anterior recorrimos la isla en dirección al paso de coral que une Uoleva con Lifuka, al día siguiente lo hicimos en la otra dirección. Impresionante...Ahí fue cuando vimos las playas más alucinantes. Desde luego, si existe el cielo, tiene que ser algo parecido a eso. "Qué sitio, Míriam, qué sitio". Esa fue la frase más recurrente para Miguel durante todos esos días. Pero ese día la dijo especial número de veces. Por más años que pasen, creo que recordaré con especial ternura el tono con el que Miguel decía ese "¡¡Qué sitio!!". Os prometo que le cambiaba la mirada. Era muy gracioso. 
Ya he comentado que la isla está deshabitada. Pero no son Kalafi y Taiana las únicas personas que tienen montado un chiringuito allí. Hay otros dos resort más y uno que está en construcción además de un sitio que organiza excursiones en busca de ballenas. Eso suponía que a lo largo de un día entero caminando por la playa podíamos llegar a cruzarnos con dos personas. Algunos días, con nadie, que quede claro. Ese día, dando la vuelta al revés, pasamos por los otros lugares habitados. De uno de ellos salieron dos perros con muy mal carácter, ladrando como posesos y con tan mala pinta que Miguel se puso nervioso creyendo que iban a morderle porque fueron directos a él, pero todo quedó en un susto. El primer día habíamos pasado por el resort que está en construcción y al que volveríamos para una fiesta, pero eso viene después. 
Como digo, ese día fuimos plenamente conscientes de que estábamos en el paraíso. Nada parecido antes...ni en mi vida ni en mis sueños. No nos habían engañado cuando leímos las maravillas que leímos sobre esa isla antes de llegar...
Habíamos desayunado galletas otra vez, pero para el descanso a media mañana ya sólo quedaban unos pocos panchitos porque los que quedaban en el otro bote se llenaron de hormigas. Nadie sabe cómo, se abrieron misteriosamente en la mochila de Miguel (ejem, ejem) y las hormigas hicieron su agosto. Fue bastante triste repartirnos los panchitos de uno en uno y nos dio un ataque de risa. El día anterior, por lo menos, habíamos podido comerlos sin contemplaciones, sin pensar en el mañana, casi a lo loco. Pero ese día ya había que medir, básicamente porque apenas quedaban...
A la vuelta merendamos galletas rotas y húmedas otra vez porque las ricas ya se nos habían acabado en el desayuno...Empezábamos a tocar fondo. Y lo que nos reímos...
Por la noche, después de la cena (sólo se comía esa vez, recordad; ellxs lo llamaban cena, pero para mí casi era más una merienda...Era sobre las 18:30 o las 19:00, dependiendo del día, justo cuando anochecía o cuando acababa de caer la noche), nos reunimos con el griego-italiano y con los austriacos-finlandeses y estuvimos hablando de las típicas cosas banales de las que se habla con gente que no conoces y con la que, encima, tienes que hablar en inglés. Después Miguel y yo nos reímos mucho porque en un momento de ese encuentro, muy motivado, apareció Kalafi con un tablero cerrado diciendo algo así como "¡vamos a pasar un buen rato!" y otra vez momento tenso porque intentaba infructuosamente abrirlo con su muñón, pero como a él se le veía tan seguro de sí mismo, nadie hacía o decía nada...Situación similar a la de la cerveza. Momento tipo "si digo o hago algo, puedo ofenderle; si no...tengo que ver cómo se las apaña", pero una vez más demostró que se vale por sí mismo y lo abrió...¡tachán! ¡Era un ajedrez! ¡El típico juego para pasar un buen rato entre cinco mientras se beben cervezas! eum...En fin. Kalafi...Repito: después, en la cabaña, nos echamos unas buenas risas recordando ese silencio incómodo cuando descubrimos que era un ajedrez hasta que alguien se puso a hablar, ignorándolo. Qué penita me dio cuando cerró su ajedrez y se volvió para su casa...Fue cómico, de eso no cabe duda. 
Esa noche, después de la fiesta de la rata, decidimos que Kalafi no duerme porque siempre se le oye hablar. Da igual la hora que sea...

Nuestro sexto día en Tonga, el sábado 23 de agosto (el cumpleaños de mi abuela, a la que no pude felicitar por estar incomunicada y aislada de la civilización, pero a la que mandé una postal en la maleta que mandé a España), decidimos que las galletas húmedas eran demasiado como desayuno y comida y pedimos que nos dieran de desayunar. ¡Qué bien! Taiana preparaba una especie de pan/bollo que estaba muy rico (o al menos allí y así parecía una auténtica delicia). 
Aunque lo cuento con un poco de tono de guasa (por cierto, hay pocas palabras más divertidas que "guasa"), la verdad es que esa relación obligada con la comida (que no había, vaya) me sirvió un montón para concentrarme en otras cosas y darle la importancia que tiene y no más. Teníamos suficiente para sobrevivir y eso era lo necesario. Saber que no había más comida y que no se podía comer más hizo que centrara mi atención en otras cosas y me gustó la sensación. Desapareció eso de comer por comer, comer por ansiedad o por aburrimiento. Ahí, a lo Mowgli...
Por la mañana la austriaca, que tiene pavor a las arañas y se quedó muerta de miedo cuando le contamos la noche anterior el ejemplar que habíamos visto Miguel y yo, me contó que después de nuestra reunión se habían encontrado una del mismo calibre...Tenía la cara desencajada.
Ese día amaneció nublado y no nos movimos demasiado de las inmediaciones. Me vino la regla y me hizo preguntarme dónde iba lo que se marchaba por el desagüe y plantearme cómo gestionar el uso de tampones en semejante paraíso...
Como digo, nuestro paseo no se alejó demasiado de las cabañas. Estando en la playa, me tumbé diez minutos y cuando levanté la vista, había perdido a Miguel...Finalmente resultó ser una pequeñísima figura que veía a lo lejos...así que, harta de esperar y queriendo recuperar mi libro, que se había quedado en la cabaña, decidí irme, no sin antes dejarle una nota en la arena. Fue muy romántico, pero Miguel decidió que le había abandonado...¡ja! Yo creo que es obvio que fue él quien me abandonó. Nos reímos otra vez. Después jugamos al ajedrez (Miguel y yo, claro, no cinco personas con cervezas) y yo me piqué un poco. Me siento súper orgullosa de poder reconocerlo. Empecé a aburrirme y a darme cuenta de que aquella partida no tenía sentido porque saber mover las piezas no significa saber jugar al ajedrez. Yo hacía muchísimos años que no jugaba y en ese momento me percaté de que lo que estaba haciendo no tenía sentido y recordé por qué no me gustaba el ajedrez de pequeña...porque sé mover las piezas, pero no sé para qué las muevo. Me sé la teoría, sé lo que es dar jaque mate, pero no tengo ninguna estrategia para hacerlo. Y encima el griego vino a presionar mirando y preguntando cosas todo el rato. 
El día anterior Kalafi nos dijo que esa noche la gente del resort en construcción hacía una fiesta por el cumpleaños de uno de ellos y que nos esperaban. Cuando llegamos allí, nos encontramos con un cerdo empalado. Muy desagradable. Lo habían atravesado de lado a lado y se ve que lo habían hecho girar sobre sí mismo sobre el fuego, pero ya estaba lo suficientemente tostado como para estar chorreando toda la grasa y, afortunadamente, como llegamos casi al final, no tuvimos que verlo demasiado rato. Teniendo en cuenta que estábamos en el medio de la puta nada y que sólo se veía a ese pobre cerdo, tuvimos miedo de no tener nada para cenar (insisto en la idea: no habíamos comido nada desde por la mañana). Decidimos que estábamos aprendiendo lo que es el hambre.... 
No era la primera vez que tenía esta sensación, pero de nuevo volví a ver cómo los tonganos hacen con la mayor soltura cosas que a mí me parecen peligrosísimas. Machete en mano, uno de ellos abrió tres cocos enormes como si nada (sin que se cortara ninguna mano) y vertieron el agua de dentro en una especie de tetera muy grande de aluminio. Allí la mezclaron con una bebida típica de Tonga, que es un ron que ya viene un poco rebajado con agua de coco, y la repartieron en vasos para todo el mundo. ¡Riquísimo!
Ese día Miguel y yo decidimos apodar a Kalafi "Lord of the flames" porque se dejó poseer por la hoguera. Parecía que la vida le iba en mantenerla encendida y, a ser posible, en hacerla cada vez un poco más grande...Con la coña que teníamos ya con que es un tipo duro, ver cómo intentaba encenderse un cigarro metiendo la cabeza en el fuego fue bastante gracioso...
La misma gracia nos produjo ver cómo representaba la matanza de vacas salvajes en la isla que dice haber protagonizado haciendo que su muñón era la pistola. Se agarraba el muñón con la otra mano y mostraba gráficamente cómo se dispara, incluso diciendo "pum pum" mientras movía su muñón/pistola. Yo no sé si creerme que ha matado vacas salvajes, eso ya no me hace tanta gracia. De hecho, ni siquiera sé si creerme que hay vacas salvajes en la isla...
Sentadxs alrededor de la fogata, Miguel y yo reflexionamos sobre lo que nos aguarda y sobre las ganas de viajar que tenemos. Coincidimos en que ese viaje nos estaba sirviendo como preámbulo y preparación...
Fue todo muy auténtico y genuino. 
Finalmente, para vuestra tranquilidad, habían preparado un arroz con pepino y tomate y una especie de ensalada de repollo y zanahoria para acompañar al pobre cerdo, así que no nos quedamos sin cena.
Si el camino de ida fue surrealista (imaginad el grupito, Kalafi liderando sin callarse la boca), el de vuelta lo fue más aún. Completamente de noche, con la linterna de Kalafi borracho haciendo eses y la del móvil de Miguel, tuvimos que volver andando por la playa sin ver un pimiento. En nuestro camino no paraban de cruzarse cangrejos, algunos de dimensiones considerables. Despistados e incluso aturdidos por las luces de las linternas, a veces se chocaban contra nuestros pies. La austriaca daba saltos agarrándose a su novio y yo la secundé. Lo que empezó siendo medio gracioso, para mí rápido se tornó en algo asqueroso y me acabó agobiando mucho. Si a la ida habíamos tardado 30 o 40 minutos, la vuelta fue mucho más larga. Entre que Kalafi se paraba, que íbamos andando más despacio y que no se veía...fue eterna. Al final, como digo, la oscuridad y los cangrejos me dieron un poco de ansiedad. Lo pasé mal, la verdad. Cuando llegamos a las cabañas y dejé de verme rodeada de cangrejos, me relajé rápido. 
Esa noche, cuando nos acostamos, empezó de nuevo la fiesta de la rata, pero hasta el propio Miguel fue capaz de ignorarla. Si la última noche la rata no vino (no estamos completamente segurxs), yo creo que fue porque se aburrió de que no hiciéramos ni caso a su presencia. 

A la mañana siguiente, dándonos una vidorra, decidimos volver a desayunar con Taiana. Justo después yo descubrí que me estaba pelando la frente, convirtiéndome en algo desagradable a la vista. Amaneció soleado, pero pronto se nubló. De todos modos, Miguel se fue a hacer snorkelling con el griego, que (dicho sea de paso) a esas alturas del viaje ya nos había propuesto todo tipo de planes. Se ve que a pesar de que viajaba solo, tenía ganas de compañía...
Después salió el sol y Miguel pudo flipar con su buceo. Vio todo tipo de peces de colores, estrellas de mar y hasta tortugas enormes. Vino encantado y yo me sentí un poco mal por no haberlo hecho, pero me daba reparo...
La noche anterior habían estado contando que todxs habían visto las famosos serpientes de agua venenosas que hay en Uoleva (yo había leído sobre ellas en Internet) y, sinceramente, me dio miedo. No me atreví. 
Casi terminando nuestros días en Uoleva, Miguel y yo nos planteábamos si habíamos hecho bien en dejar pasar la oportunidad de ir a ver ballenas. Pero ya casi nos daba igual pensarlo porque no había dónde hacerlo...Los sitios de la zona no tenían plazas disponibles hasta septiembre y quisimos quedarnos con que habíamos decidido no hacerlo porque era demasiado caro. 
Miguel tuvo la suerte de ver alguna mejor o más de cerca que yo, pero yo apenas las vi de lejos, sin poder distinguir bien qué eran. 
Mientras Miguel hacía snorkelling con el griego, yo me planteé que viajar en soledad está bien, pero...¿quién te da crema en la espalda si vas a la playa? Esas fueron mis reflexiones. Después, me puse a leer. 
Por la tarde, Miguel y yo decidimos irnos a intentar hacer snorkel lxs dos, pero se nubló, yo me colisioné y no fue posible. 
Ahora bien...la vida me demostraría que siempre puedo colisionarme más. 
Ese día, que era el último, me pinché con una aguja que salió de entre la arena de la playa, justo enfrente de nuestra cabañita, cuando me levantaba para hacer una foto a Miguel. Como supongo que parecerá lógico, lo pasé bastante mal, agobiadísima pensando de quién sería esa aguja y planteándome que ese alguien podía tener cualquier enfermedad. Ese día, incomunicada y aislada, no podía hablar con nadie. Menos mal que ya era el último día...porque si no me habría amargado las vacaciones. Al día siguiente, ya de vuelta a la civilización (por lo menos a Pangai, a un sitio con Internet), pude escribir a mi madre, que se puso en contacto con mi tía, que es enfermera. Ésta habló con médicos amigos suyos expertos en enfermedades infecciosas y entre las dos me relajaron bastante diciéndome que se consideraba una exposición de bajísimo riesgo y que disfrutara de los tres días que me quedaban allí todavía. Cuando volví a Auckland, lo primero que hice fue ir a un médico. Allí se confirmaron las sospechas de mi tía, que había visto la aguja por foto en WhatsApp. Era una aguja de acupuntura...lo cual reduce el riesgo prácticamente a cero, según me dijo la propia doctora. Me dijo, de hecho, que ella estaba segurísima de que no iba a pasarme nada. De todos modos, me puso la vacuna del tétanos y me voy a hacer unos análisis de sangre. Ella quería hacérmelos a finales de noviembre, por eso del período de incubación de las enfermedades, pero en esas fechas no estaré ya en Auckland, así que al finales me los haré justo antes de marcharme de esta ciudad. En fin...al final todo quedará en una anécdota, pero me fastidió bastante los últimos días de mis ansiadas vacaciones.
Esa noche, que era la última que pasábamos en Uoleva, Kalafi había prometido hacer una fiesta con hoguera y traer kava, que es una bebida alucinógena típica de Tonga. Pero ni fiesta, ni hoguera, ni kava. No sabemos dónde se metió, pero ni siquiera apareció por la noche...

El último día, cuando nos despertamos, a mí me relajó escuchar la voz de Kalafi. Como la noche anterior ni siquiera le había visto, me dio tranquilidad oírle hablar porque esa mañana tenía que venir a buscarnos su yerno con la barca para llevarnos de vuelta a Lifuka para coger la avioneta que nos llevaría de nuevo a Tongatapu. 
La barca llegó bastante más tarde de lo previsto, pero como nosotrxs ya jugábamos con la ventaja de saber cómo se las gastan en Tonga con los horarios, habíamos pedido a Kalafi que su yerno viniera antes de lo que realmente le necesitábamos sabiendo que seguro llegaría después. 
Cuando llegamos a Lifuka con la pareja austriaca (volvían a Tongatapu en la misma avioneta que Miguel y yo y esto nos dio a todxs mucha confianza porque vimos más improbable que cancelaran el vuelo por poca gente, como parece ser que es medianamente habitual), Finau nos recogió. Primero paró en la casa de cambio por necesidades de lxs austriacxs y luego fuimos al banco porque Miguel y yo necesitábamos sacar dinero. La máquina estaba rota y Miguel no pudo conseguir el dinero, pero lxs autriacxs, en una exagerada demostración de bondad, nos prestaron 200 dólares neozelandeses que les hemos devuelto en su cuenta al volver a Nueva Zelanda (ellxs también viven en Auckland). Tuvimos que dar la vuelta y regresar a la casa de cambio para convertirlos en dólares tonganos y pagar a Finau. Como todavía quedaba bastante para que saliera la avioneta y nos moríamos por comer bien de una vez por todas, nos quedamos en Pangai despidiéndonos allí de Finau. Fuimos a comer al Mariner´s Café, donde yo me conecté a Internet para escribir a mi madre y pedimos nuestra comida, confiando en una demora normal. Una hora después, cuando nuestro "taxi" estaba a punto de llegar, vi que la mujer estaba aún cortando los trozos de pimiento para nuestra pizza, así que se lo pedí take away. Se rió de mí en un tono que, sinceramente, no me gustó mucho, diciéndome que no era un vuelo internacional y que dónde me creía que iba. Yo le expliqué que en el billete ponía que teníamos que estar, como mínimo, 90 minutos antes de la salida del vuelo y que no me iba a poner a cuestionar esas reglas después de ver cómo se había quedado gente en tierra en mi única experiencia con Real Tonga, la compañía aérea, y me volví a mi mesa a esperar la comida. La mujer del taxi llegó y seguíamos sin tener nuestra comida. Le pedimos disculpas, se lo explicamos y esperó de buena gana hasta que nos dieron la comida envuelta en papel aluminio. Obviamente, llegamos al aeropuerto con tiempo de sobra, pero vivida la experiencia del primer vuelo...yo no quería jugármela. Comimos tranquilamente allí, ya sin agobios. La mujer que nos llevó al aeropuerto gracias a la gestión de Nesi (la chica que trabajaba en el Fifita's), nos cobró $10. La primera vez que hicimos ese recorrido, pero en sentido inverso, la mujer que paró a recoger a sus hijos por el camino nos había cobrado $20. Cuando esta buena mujer nos cobró $10, quedó claro que la primera nos timó. ¿Por qué? Porque cuando Morfeo, el del hotel de Tongatapu, nos hizo la reserva en el Fifita's, nos dijo que el taxi hasta allí nos costaría $10. Cuando la mujer nos dijo $20, yo le dije que nos habían dicho $10 y dijo que eran $10 por persona. Obviamente, no se lo discutimos. Pero en este segundo viaje haciendo el mismo recorrido...supimos que habíamos sufrido un timo. Creo que fue la única vez. 
Por las experiencias que hemos tenido, ha quedado claro que los precios de los taxis (llamemos taxis también a coches de particulares que hacen de taxi) para según qué trayectos están fijados. Por ejemplo, del aeropuerto de Tongatapu a Nuku'alofa son $40. Del mismo modo, nos habían dicho que del aeropuerto de Lifuka a Pangai eran $10. ¡Qué señora más espabilada! ¡Además de olvidarse de recoger a sus hijos, multiplica los precios por dos!
El caso es que nos comimos nuestra pizza aplastada y nuestros tallarines con las manos y nos las lavamos con el agua que nos quedaba en la botella porque el agua del baño no funcionaba. 
Como todo el mundo llegó antes de tiempo, sorprendentemente la avioneta salió antes de tiempo. En esta ocasión cambiaron dos cosas con respecto al primer viaje: había más turistas y menos tonganxs y se movió más...Hubo un ratito que se movió más de lo que parecía oportuno...
Esa noche, ya en Nuku'alofa otra vez, y habiendo dejado nuestras cosas en el mismo hotel donde estuvimos nuestra primera noche en Tonga, salimos a tomar algo. Miguel hizo amigos tonganos que le ofrecieron drogas.

Pasamos buena parte de nuestro último día completo en Tonga en una isla llamada Makaha'a que está cerca de Tongatapu (unos veinte minutos en barquita). Al principio, la verdad, nos desilusionamos mucho. Comparada con los sitios que habíamos visto, y atendiendo a lo que nos habían cobrado, parecía un timo. Había dos opciones: pagar sólo $20 para que te llevaran o pagar $60 teniendo derecho a snorkel, comida y kayak. A pesar de que habíamos hecho primero la reserva de $20, finalmente decidimos cambiarla porque yo no quería quedarme con las ganas de hacer snorkel y porque lo del kayak nos pareció una buena idea. Nuestro gozo en un pozo. No se podía hacer snorkel porque no cubría nada. Había varias islas cerca unas de otras y aunque parecía que estaban lo suficientemente alejadas como para no ser un problema, al final decidimos que prácticamente se podía llegar andando de una a otra de lo poco que cubría. El sitio, encima, de paraíso no tenía nada. Se nubló. Se equivocaron con nuestra comida y sólo llevaron un bocadillo vegetariano en vez de dos...Todo parecía un desastre...Pero al final nos reímos. Había una perrita y un perrito muy tiernos y delgadísimos que se pusieron muy contentos de que se hubieran equivocado al hacer nuestro bocadillo y con lxs que compartí también la sandía porque era demasiada para mí sola, ya que a Miguel no le gusta .
Cuando hicimos kayak (por lo menos es verdad que había kayaks...), yo hice el friki. Me puse bastante nerviosa porque hacía viento y no era capaz de avanzar...Si daba con los remos, sentía que sólo me quedaba fija en el mismo sitio. Si dejaba de dar con los remos, me iba para atrás...y cada vez me alejaba más de la orilla. Aunque no cubría nada, me agobié. Y hasta lloré. Menos mal que Miguel me rescató...
Después del rescate, me propuso dejarme en la orilla. Pero yo me negué a rendirme así y decidí superar mis miedos (me gustaría saber por qué me da tanto miedo el agua y más concretamente el mar) y al final me superé, logrando incluso dirigir el kayak donde me proponía. 
Seguíamos con la cosa de si habría sido un error no ir a ver ballenas...y hasta nos maldecimos por haber gastado el dinero en esa excursión en vez de invertir más para ir a ver ballenas, pero era mucho más dinero...y a esas alturas ya daba igual pensarlo. 
Al final, como digo, nos reímos. Todo era bastante cómico. Después de venir del paraíso...ahí estábamos. A ratos, y dependiendo de en qué parte de la isla estuviéramos, hacía hasta frío. Corría un viento...
Pero ya habíamos tocado fondo el día que nos terminamos las galletas húmedas y rotas. Después de habernos comido aquellas migas de galletas, nada podía ser más lamentable. 
De todos modos, decidimos que, bien mirado, el sitio era bonito.



Cuando volvimos, nos tomamos una cerveza en el mismo sitio donde habíamos comprado la que salió defectuosa el primer día y nos fuimos a duchar al hotel. 
Ya olía a final...
A pesar de que dejamos la reserva hecha para las dos últimas noches ya antes de irnos a Uoleva, cuando llegamos el día anterior nos dijeron que no tenían nuestra habitación y que nos darían una mejor ese día y que ya al día siguiente nos darían la nuestra. Lo que a priori puede parecer bueno (tener una habitación mejor por el mismo precio), en realidad era una cagada porque esa mañana, con la excursión, teníamos que salir muy pronto. Y tuvimos que levantarnos un poco antes para poder dejar todas nuestras cosas metidas en las mochilas para que pudieran cambiarlas a nuestra nueva habitación. El caso es que cuando llegamos al hotel después de la excursión, esperando encontrar ya nuestras cosas en la habitación que nos hubiesen asignado, hicieron mucho el inútil. Primero no sabían cuál era nuestra habitación, cuando lo descubrieron, no sabían dónde estaban nuestras cosas y cuando las recuperamos y nos dieron la llave de la habitación, se habían equivocado con la llave. Tuvimos que volver a bajar para cambiarla y finalmente logramos reunir número de habitación, mochilas y llave correcta. Todo un logro.
Esa noche, la última, cenamos en el mismo sitio donde lo habíamos hecho el primer día, aquel que ya nos pareció muy "primermundizado" en los inicios. Ahora, después de haber conocido la auténtica Tonga, nos parecía imposible creérnoslo.
Después de cenar, en un ataque de generosidad y ya sin tener dinero (el justo para el taxi al aeropuerto al día siguiente), decidí invitar a Miguel tomar algo tirando de tarjeta. Como estábamos en la única calle en Nuku'alofa donde los sitios parecían modernos y habíamos visto datáfonos en varios de ellos, al entrar en el que habíamos estado la noche anterior y ver que había modo de pagar con tarjeta, pedimos SIN preguntar. Error. Cuando fuimos a pagar, nos dijeron que la máquina estaba rota...Debíamos haber supuesto que eso podía pasar después de nuestras experiencias tonganas. Qué de cosas hemos aprendido para empezar en Asia...El caso es que, jodida porque la comisión en el cajero iba a ser más grande que lo que tenía que pagar por las dos bebidas, le pregunté a la tía si podía pagar con dólares neozelandeses (yo tenía como diez y Miguel otro tanto, no vayáis a creer que íbamos montadxs en el dólar). Dijo que sí, yo saqué el móvil para decirle cuántos dólares neozelandeses eran los 13 dólares tonganos que tenía que pagarle y cuando se lo dije, especificando que ese era el cambio que me habían dado el día anterior, me dice, muy fresca, que no, que le tengo que dar 13 dólares neozelandeses para pagarle los 13 tonganos. Mira si le salió bien la jugada...Pero eso nos pasó por inútiles, por no preguntar. De todo se aprende en esta vida. Al final le regateamos y le dimos 11 dólares neozelandeses.
A las 22:30 estábamos en la cama.

Nuestra última mañana en Tonga antes de volar de nuevo a New Zealand la dedicamos a despedirnos de las calles de Nuku'alofa. Volvimos al mercado donde habíamos estado el primer día, aquel donde me sorprendió que no nos miraran a pesar de ser lxs únicxs turistas, y todo me resultó más entrañable que la primera vez. Los colores de todas esas verduras, las caras de la gente y hasta el olor.
Ese día vi un cartel en el que no me había fijado la primera vez. Entre todas las normas y reglas del mercado, bajo amenaza del Ministro de Salud, quedaba claro que todo el género allí expuesto debía estar en las mejores condiciones. Eso explicaba mejor por qué todo tenía tan buena pinta...
Supongo que el Ministro no les obliga a colocar los ramos de zanahorias como si fueran flores, haciendo que cada zanahoria parezca un pétalo...



Después de este paseo, cogimos un taxi justo delante del soportal que veis en la foto de encima.
El taxista, que a juzgar por su edad quizá debería haberse jubilado ya, nos llevó haciendo una muestra de la temeridad tongana al volante por $35 a pesar de que se supone que el precio fijado son $40.
Llegamos al aeropuerto con tiempo y, finalmente, despegamos de vuelta al país en el que parece que sólo llueve.
Yo iba muerta de miedo porque llevaba la aguja en la maleta y quería conseguir meterla en Nueva Zelanda a toda costa para que un médico pudiera verla. Pasé los controles sin problemas y llegué con ella a casa. Todo fue bien. Me daba miedo que la vieran y me preguntaran qué era porque como aquí tienen una paranoia importante con que no entre nada que no tengan bajo control...De hecho, cuando entras en el país, tienes que rellenar un papel en el que te preguntan cuarenta cosas del tipo "¿traes comida? ¿traes animales? ¿restos de animales? ¿has estado en una granja en los últimos 30 días? ¿y en el bosque en los últimos 40? ¿traes botas que hayas usado en el campo? ¿has estado en contacto con animales que no sean perros o gatos domésticos? (...)". Entre toda esa ristra de preguntas, dicen que si traes cosas como huesos, plumas o conchas. Yo traía unas conchitas de la playa que pude pasar señalando que las llevaba conmigo. No hubo problemas. Pero...al final te meten hasta miedo. ¡Qué exageración! El señor de la aduana era muy simpático y me dijo "¿te gusta? ... Pues puedes pasarla".

Tonga ha sido toda una experiencia.
Ahora ya estoy preparada para empezar en Asia. Y no sabéis las ganas que tengo...
Después del paraíso, la temperatura perfecta, la paz y la tranquilidad, la vuelta a la realidad, a la rutina, al tedio, el invierno y la lluvia no están siendo fáciles.
Pero lo superaremos.
Un mes y medio.
That´s all

sábado, 30 de agosto de 2014

Maleta dirección España

He tenido la grandísima suerte de topar con gente maja y apañada que me ha ahorrado unos dineros. Como tenía que mandar cosas a España (porque no me planteo ni de broma irme con un mochilón por Asia), estaba un poco asustada por lo que me iba a costar mandar una buena maleta con cosas varias, pero especialmente jerseys (aquí ya no queda mucho tiempo de frío y no me merece la pena llevarme diez jerseys a Asia por razones obvias).
Hará un mes o dos, conocí a Sergio, un español que se está encargado de coordinar un poco el nacimiento de la Marea Granate (merece la pena que echéis un ojo) en New Zealand. Tanto él como Eva, su novia, son de Madrid. Y gente muy agradable, la verdad. Eva se fue a Madrid de vacaciones saliendo justo el mismo día que Miguel y yo destino Tonga, el 18 de agosto. Así que pude mandar con ella mi maleta, y no sólo me salió más barato que mandarla a través de una compañía chupasangres (le pregunté a Eva si podía pagarle la facturación de una segunda maleta porque eso sería infinitamente más barato que los envíos por empresas privadas y hasta por el Post office neozelandés, el equivalente a Correos en España), sino que me ha salido gratis porque Eva tenía derecho a llevar dos maletas y sólo llevaba una. Nos hemos gastado lo que ha costado la maleta.

viernes, 15 de agosto de 2014

Miguel se ha comprado unas sandalias para Tonga y anoche se paseaba por casa con ellas, etiqueta colgando. Yo me he comprado una especie de zapatillas extrañas que consisten, básicamente, en una telilla que me recubre el pie con una suela dura para poder entrar en el agua con ellas. El objetivo es poder meternos allá donde haya rocas y/o corales. Qué paletez la mía. Ni siquiera sabía que existiera algo así.
Hoy es viernes por la mañana y nos vamos el lunes por la mañana. 
Me acaban de mandar un correo desde Air New Zealand con "consejillos prácticos" para nuestro viaje.
Ay, ay, ay, ay...

jueves, 14 de agosto de 2014

Me ha salido un callo en la parte derecha de la segunda falange del dedo índice de la mano izquierda por polillar (polishar con acento argentino) vasos. Y os cuento que polillar es la versión españolizada del verbo inglés to polish, que significa "abrillantar, pulir". Vamos, secar vasos con un puto trapo. Por lo demás, todo bien. Pero ese callo es la representación gráfica de mi hartura. 
Hoy es jueves y el lunes nos vamos a Tonga, así que el culo casi me huele a playa, pero estoy tocando fondo. Y no es sólo por el agotamiento del trabajo (físico, pero ante todo mental) sino también porque estoy cansada de no saber a qué atenerme. Mark, mi jefe, es buena gente. No lo dudo. Pero me pone muy nerviosa su extraño gusto por mostrar que tiene el poder no dejando que me aferre a hechos o a seguridades. Después de lo que me costó pasar un mes sin un día libre, una de las premisas para quedarme en El Faro era saber con seguridad que podría descansar un día todas las semanas. Como las últimas semanas estoy teniendo el jueves, di por hecho que podía seguir siendo así. Y resulta que me ofrecieron trabajar dos jueves en septiembre en la academia en la que estuve unos meses al principio. Toda contenta, pregunté a Mark sólo por confirmar, dando por hecho que sería posible. Pero no. De pronto volvió a salirle esa vena de "aquí mando yo" y me dijo que no estaba preparando todavía el horario de septiembre. A mi impecable reflexión (de lunes a miércoles no puedo librar porque Ludmila no trabaja y yo hago falta, de viernes a domingo, por razones obvias, no viene a cuento librar, luego...sólo queda el jueves para que (siga siendo) sea mi día libre) me contestó que estaba pensando darme el domingo...pero luego me dijo que ahora se avecinan shows y que me necesita de jueves a domingo. ¿Entonces? Ya estamos otra vez igual. Seguro que alguna semana no puedo descansar ningún día y, sobre todo, ya soy otra vez el comodín. Primero lo fui con la excusa de que había pedido trabajar más horas (sí, pedí más horas, no todos los días de la semana) y ahora será porque...porque...¡da igual por qué! El caso es que ahora volverá a ser lo que él quiera y yo me he quedado sin poder trabajar en la academia dos semanas, que era un buen dinero y que, además, me gusta más que polillar vasos. Era por dejar que mi callo descansara...
Pero bueno, esto ya está casi hecho. 
Aunque me aburro de la rutina, la realidad es que luego los días en El Faro se pasan bien porque con la gente hay buen rollo y porque nuestro trabajo no es complejo ni demasiado cansado. Me llevo especialmente bien con Héctor, el chef colombiano del que ya he hablado y al que tengo mucho cariño y me entiendo bien en lo que al trabajo se refiere con Ludmila, que también es buena onda. A pesar de las cosas que cuento de Mark, también me llevo bien con él. A su manera, sé que me valora y me aprecia. Está contento de que esté trabajando allí, yo lo sé. Pero de vez en cuando esas salidas me descolocan. Y a pesar de todo, siempre consigue convencerme de que lo que él dice y decide tiene sentido. Después de ese encontronazo, me contó el razonamiento que había seguido para decirme que no podía darme esos dos jueves y me convenció. O yo soy muy tonta o él es muy listo. Pero así siguen pasando los días...
Afuera llueve como si no hubiera un mañana y sale el sol repentinamente mientras yo muevo los dedos por el teclado. Y eso me sigue descolocando, la verdad. En hora y media que llevo ante el ordenador ha llovido y salido el sol tres o cuatro veces. No me acostumbro.
Las ganas, la ilusión y las esperanzas que tengo depositadas en el viaje a Tonga son...too much. Estoy deseándolo.
Cuando vuelva os contaré mejor cómo ha sido todo, pero ya os adelanto que vamos a pasar cinco días en una isla llamada Uoleva que no tiene electricidad y que está deshabitada. Sólo hay dos guest house y un resort. Y parece ser que funcionan con paneles solares, por lo que puede haber luz, pero no hay enchufes. Y, por supuesto, no hay Internet...¡desconexión total!

miércoles, 6 de agosto de 2014

Actualizaciones

Es obvio que esto está decayendo...Y no lo digo sólo porque hable de chirivías y nabos suecos.
Al principio tenía un montón de ilusiones depositadas en este espacio, pero sobre todo...tenía un montón de tiempo libre. Empecé trabajando muy pocas horas en el restaurante y además tenía horarios bastante diferentes a los de Miguel, lo cual suponía que pasaba bastante tiempo sola. La soledad invita a meditar y, por ende, a escribir. Últimamente, sin embargo, trabajo mucho más y paso más tiempo con Miguel, lo que hace que el tiempo para escribir aquí se vea limitado. 
Además, a veces siento que aburro dando datos técnicos, detalles vitales que son importantes en el día a día, pero que me da pereza relatar. Y como últimamente hemos vivido mucho de eso (tediosas historias), creo que he entrado en el bucle de no escribir por no saber cómo empezar a contarlos...
Bien es verdad que ha habido un tercer motivo en mi abandono del blog, no menos importante: el puto ordenador. Por unas cosas o por otras, no ha parado de dar problemas desde que llegamos a este lado del mundo, pero últimamente se estaba superando...Se apagaba cada dos por tres. Fue toda una odisea. Resulta que los portátiles, además de la batería "normal", la que todo el mundo conoce, también tienen una que se llama batería CMOS, que es una pila de botón que podría ser considerada la batería interna. Pues bien, resulta que eso era lo que teníamos jodido. Miguel abrió el ordenador, la sacó y nos encontramos con que todo el mundo ponía cara de póquer cuando veía la maldita pila. Conclusión: no hemos encontrado un recambio. Cuando todo parecía sucumbir ante nuestras narices (porque la idea de comprar un ordenador nuevo no nos motivaba nada...), apareció Héctor, nuestro compañero del trabajo, con su inestimable bondad, y nos regaló un ordenador antiguo que tenía por casa y que apenas usaban. Gracias a combinaciones entre uno y otro y después de descubrir que también tenemos roto el cargador, ahora vamos tirando y al menos ya no se apaga...¿Veis? Historias aburridas que da pereza contar. Pero justifico mi más que reiterada ausencia por estos lares. 
Con respecto a las cuestiones técnicas a las que aludía más arriba, voy a hacer un ejercicio de síntesis (cosa que nunca me ha resultado fácil) y voy a intentar referirme a ellas de la forma más breve posible: 
Nuestro (maravilloso) visado, que se llama Working holiday visa, nos permite vivir en el país un año, pero no podemos trabajar más de seis meses (de ahí de lo de working -trabajar- holiday -vacaciones-) o, visto de otro modo, es un sacacuartos mediante el cual pretenden evitar que el dinero que ganes en New Zealand salga de aquí. Es un poco como "gana dinero y luego gástalo aquí". Pero si eso no fuera suficiente, no podemos trabajar más de tres meses para el mismo empleador, así que de los creadores de "gana dinero y luego gástalo aquí", podemos añadir "y mientras terminas con un empleador y encuentras otro, sigue gastando y así te queda menos para tus vacaciones y nos aseguramos más aún de que el dinero se queda aquí, en las jodidas antípodas, donde Cristo perdió la sandalia y no para de llover". Bueno, ya me estoy enrollando más de la cuenta. Es que no lo puedo evitar...
Donde pretendo llegar es a la situación en las que nos encontrá(ba)mos: Miguel gastó los tres primeros meses en el primer sitio donde trabajó y después de empezar en cash (eufemismo para decir "en negro") en el restaurante donde ahora trabajamos juntxs, pidió el contrato, que se le termina dentro de unos pocos días. Con el fin de ese contrato, terminan sus seis meses legales. Mi caso es parecido, pero no exactamente igual. Desde el 15 de diciembre que empecé en El Faro (a estas alturas tenemos que poner nombre al restaurante) hasta el 10 de mayo que pedí el contrato, trabajé en cash. Eso quiere decir que en mi caso el 10 de agosto terminan mis tres primeros meses, lo que me obligaría a cambiar de empleador, pero sí podría buscar trabajo legal en otro sitio. El problema es que cambiar de trabajo, además del dinero que podría perder por el camino mientras lo encuentro y me asiento, da pereza porque estoy muy bien donde estoy. Me llevo bien con todo el mundo, estoy a gusto, tengo confianza, confían en mí, tengo un puesto que creo no voy a alcanzar en otro sitio llegando de nuevas y sólo para los menos de dos meses que me quedarían cuando ese momento llegara...
Me daba pereza referirme a los datos técnicos, pero me da mucha más pereza contar cómo se han ido desarrollando los acontecimientos hasta el día de hoy. Entrar en el bucle de no escribir porque se tiene mucho que contar es malo porque cada vez hay más cosas que contar y cada vez se atisba menos por dónde cogerlo para relatar correctamente todo. Así que podemos decir que habéis tenido suerte y al ser incapaz de rememorar los acontecimientos uno por uno, podemos dejarlo en que las conversaciones con Mark, nuestro jefe, fueron largas y tediosas. Desarrollamos una capacidad comprensiva y expresiva en inglés que no creíamos tener cuando, de pronto, de un día para otro, nos dijo que no iba a seguir pagándonos en cash, así que o incumplíamos el visado o...puerta. Mi caso no era tan dramático, insisto, porque aún me queda visado para llamar a otra puerta, pero Miguel...
En definitiva, y aunque por el camino han quedado los avatares pasados, las conversaciones, los subeybaja, las posibilidades, los temores...más o menos parece que hemos sido capaces de resolver el entuerto. 
De momento sólo miramos los días que faltan para el 18 de agosto, lunes que volamos a Tonga. No podéis imaginar las ganas que tenemos...Ya es necesidad, de verdad. Después pretendemos trabajar más o menos otro mes y medio más, o un pelín más, y a mediados/finales de octubre nos vamos de aquí. La idea es irnos a hacer un wwoofing, que no es más que ir a un lugar en el campo a trabajar unas horitas gratis a cambio de casa y comida. Esa es una de las opciones que me planteé yo durante el transcurso de los acontecimientos en El Faro. Pensé que Miguel se quedara aquí trabajando mientras yo me iba a esperarle descansando en el campo. Pero finalmente he decidido esforzarme otro poco más para irme con más ahorros.
Ya os digo que la semana y pico que ha mediado desde que Mark nos dijo que no podía pagarnos en cash cuando terminara nuestro contrato hasta el día de hoy ha sido intensa. Muchas cosas, muchos esfuerzos mentales...Desgaste. Enfado. Frustración. Pero hay una cosa que tengo clara: todo lo que hagamos, vamos a hacerlo bien. Sea lo que sea, pase lo que pase, hacemos un buen equipo y sabemos levantarnos de nuevo. De momento, parece que hemos escogido la opción correcta (sobre todo hablo por mí, que sí tenía opciones...Miguel, quisiera o no, tenía que quedarse acatando las decisiones de Mark). Creo que hago lo correcto quedándome en El Faro. Ayer le di la respuesta definitiva a Mark. 

En otro orden de cosas, puedo seguir contando trivialidades sin demasiada importancia, pero divertidas. Por ejemplo, mi experiencia festiva el pasado viernes (¡ja!). 
Tengo un alumno de español que se llama Max y es de Taiwan (aunque vive en New Zealand desde que tenía 5 años y no sabe hablar taiwanés) con el que doy dos horas de clase todos los viernes. El viernes pasado me preguntó qué iba a hacer por la noche y me dijo que sus amigos y él iban a salir y que si quería ir con ellos. Cuando salí de trabajar a eso de las once le mandé un mensaje para ver dónde estaban, me tomé una copa de vino con Ludmila -la manager del restaurante- y Whitney -una kiwi que habla español perfecto- y después me fui con Whitney al bar donde estaba Max. Muy divertido todo. Resultó que Max es gay y el bar era un bar gay. Estaba allí con su novio y nos reímos un rato ("I´m a little drunk" -estoy un poco borracho- según me vio). Lo demás vino rodado. El caso es que yo me había tomado dos o tres cervezas cuando Whitney y yo tuvimos la idea de tomarnos un chupito de Jägermeister (o la bebida del infierno). No daré más detalles porque aún tengo una dignidad que quiero conservar. Podemos decir, simplemente, que al día siguiente, sábado, trabajé de 12 a 15 y después de 16:30 a 23:00. Y como dato, añadiré que NUNCA en los casi ocho meses que llevo en el restaurante habíamos hecho una caja como la de ese día. Era el último día de un festival de cine muy importante que se celebra una vez al año en Auckland y hubo muchísimo trabajo. MUCHÍSIMO. Y yo con mi resaca. Creo que ha sido suficiente información. Casi me da algo...¡Pero sobreviví! Y el lunes a las ocho de la mañana tuve otra fiesta, esta vez por el cumpleaños de las gemelas de Héctor, que han cumplido dos años. Para comérselas...
Como somos inmigrantes y todxs trabajamos todo el rato, el único momento en que podíamos juntarnos todxs era en el desayuno así que quedamos de 8 a 8:30 y allí estuvimos hasta las 10 y algo. Hacía meses y meses que no me levantaba a esas horas...pero mereció la pena.
Si os digo la verdad, aunque no nos parecemos en muchas cosas importantes de la vida, he cogido mucho cariño a mis compis del trabajo. Lo importante es que son buena gente. Y aquí son una especie de familia. Pasamos muchas horas juntxs y nos queremos y respetamos. Héctor es una persona maravillosa y se está portando muy bien tanto con Miguel como conmigo. Lo ha hecho desde el principio y lo sigue haciendo. Le debemos bastante. 
Pasamos un desayuno agradable, nos pusimos hasta el culo de croissants y de torta (como ellxs llaman a la tarta) y por fin conocí a sus hijas, de las que tanto nos habla y a las que sólo había visto en foto. 
Miguel les compró un puzzle en 3D y un xilófono y teníais que ver cómo arreaban al xilófono...¡ja! Pero Miguel no vino porque había hecho dobles el sábado y el domingo y aún le quedaban dobles el lunes y el martes, así que ese madrugón en medio de cuatro turnos dobles le superaba.

Por regla general, no suelo ser mucho de relatar cotidianidades. Me cuesta y, hasta cierto punto, me aburre. Me gusta más escribir cosas más...más...no sé muy bien cómo definirlo. ¿Más elevadas? ¿Personales? Pero tampoco sé si éste es lugar. El cuaderno que con tanto amor me cosió mi amiga Carmen guarda en su interior palabras que se mueven en esa línea. Pero como los meses pasan y estáis muy lejos...he decidido hacer una entrada de datos técnicos y de detalles sobre nuestros días para que nos sintáis un poco más cerca y para que sepáis que os pienso y os echo de menos. 

Tengo que confesar que hace un par de semanas pasé un pequeño bachecillo. De pronto me sentí un poco sola en el mundo. Os juro que en algunos momentos puedo llegar a estar completamente sola. Cuando Miguel trabaja por la mañana y yo no, a la vez todxs vosotrxs dormís porque allí es plena madrugada. Me hizo gracia que el otro día Miguel me contó que él también ha pensado eso alguna vez. Es lo más parecido a estar sola en el mundo. Y, como digo, hace unas semanas, me pegó duro. De repente sentí que mi gente estaba, en general, más lejos que estos 20.000 km. Os eché de menos y sentí que no estabais. En general. Sé que es ambiguo y ahora me cuesta rememorarlo porque lo he superado. Pero me dolía algo por dentro. Y súbitamente, como si de pronto hubierais sentido lo que me pasaba, en poco tiempo empecé a recibir WhatsApp pidiéndome conversaciones de Skype o preguntándome cómo estaba. Curioso, bonito y dulce. Conexiones ultramarinas. 
Lo que tengo muy claro es que esta experiencia me está sirviendo mucho para encontrarme contigo misma, para sentirme más que nunca, para conocerme, respetarme y aceptarme. A veces echo de menos tener más tiempo para mí misma (ya os digo que sólo trabajo, hago la comida, me ducho y veo "Juego de tronos" -ja-), pero de aquí a poco (según volvamos de Tonga) parece que vamos a empezar a trabajar menos horas (ya no me importa ahorrar menos) y creo que podré encontrar el hueco que necesito para empezar a escribir la novela que se fragua en mi interior. Tengo mucho que decir y a veces sueño con dedicarme a escribir. Me haría extremadamente feliz. Y, creedme, ahora ya creo que todo es posible. 
Quiero escribir, viajar y soñar.