Me ha salido un callo en la parte derecha de la segunda falange del dedo índice de la mano izquierda por polillar (polishar con acento argentino) vasos. Y os cuento que polillar es la versión españolizada del verbo inglés to polish, que significa "abrillantar, pulir". Vamos, secar vasos con un puto trapo. Por lo demás, todo bien. Pero ese callo es la representación gráfica de mi hartura.
Hoy es jueves y el lunes nos vamos a Tonga, así que el culo casi me huele a playa, pero estoy tocando fondo. Y no es sólo por el agotamiento del trabajo (físico, pero ante todo mental) sino también porque estoy cansada de no saber a qué atenerme. Mark, mi jefe, es buena gente. No lo dudo. Pero me pone muy nerviosa su extraño gusto por mostrar que tiene el poder no dejando que me aferre a hechos o a seguridades. Después de lo que me costó pasar un mes sin un día libre, una de las premisas para quedarme en El Faro era saber con seguridad que podría descansar un día todas las semanas. Como las últimas semanas estoy teniendo el jueves, di por hecho que podía seguir siendo así. Y resulta que me ofrecieron trabajar dos jueves en septiembre en la academia en la que estuve unos meses al principio. Toda contenta, pregunté a Mark sólo por confirmar, dando por hecho que sería posible. Pero no. De pronto volvió a salirle esa vena de "aquí mando yo" y me dijo que no estaba preparando todavía el horario de septiembre. A mi impecable reflexión (de lunes a miércoles no puedo librar porque Ludmila no trabaja y yo hago falta, de viernes a domingo, por razones obvias, no viene a cuento librar, luego...sólo queda el jueves para que (siga siendo) sea mi día libre) me contestó que estaba pensando darme el domingo...pero luego me dijo que ahora se avecinan shows y que me necesita de jueves a domingo. ¿Entonces? Ya estamos otra vez igual. Seguro que alguna semana no puedo descansar ningún día y, sobre todo, ya soy otra vez el comodín. Primero lo fui con la excusa de que había pedido trabajar más horas (sí, pedí más horas, no todos los días de la semana) y ahora será porque...porque...¡da igual por qué! El caso es que ahora volverá a ser lo que él quiera y yo me he quedado sin poder trabajar en la academia dos semanas, que era un buen dinero y que, además, me gusta más que polillar vasos. Era por dejar que mi callo descansara...
Pero bueno, esto ya está casi hecho.
Aunque me aburro de la rutina, la realidad es que luego los días en El Faro se pasan bien porque con la gente hay buen rollo y porque nuestro trabajo no es complejo ni demasiado cansado. Me llevo especialmente bien con Héctor, el chef colombiano del que ya he hablado y al que tengo mucho cariño y me entiendo bien en lo que al trabajo se refiere con Ludmila, que también es buena onda. A pesar de las cosas que cuento de Mark, también me llevo bien con él. A su manera, sé que me valora y me aprecia. Está contento de que esté trabajando allí, yo lo sé. Pero de vez en cuando esas salidas me descolocan. Y a pesar de todo, siempre consigue convencerme de que lo que él dice y decide tiene sentido. Después de ese encontronazo, me contó el razonamiento que había seguido para decirme que no podía darme esos dos jueves y me convenció. O yo soy muy tonta o él es muy listo. Pero así siguen pasando los días...
Afuera llueve como si no hubiera un mañana y sale el sol repentinamente mientras yo muevo los dedos por el teclado. Y eso me sigue descolocando, la verdad. En hora y media que llevo ante el ordenador ha llovido y salido el sol tres o cuatro veces. No me acostumbro.
Las ganas, la ilusión y las esperanzas que tengo depositadas en el viaje a Tonga son...too much. Estoy deseándolo.
Cuando vuelva os contaré mejor cómo ha sido todo, pero ya os adelanto que vamos a pasar cinco días en una isla llamada Uoleva que no tiene electricidad y que está deshabitada. Sólo hay dos guest house y un resort. Y parece ser que funcionan con paneles solares, por lo que puede haber luz, pero no hay enchufes. Y, por supuesto, no hay Internet...¡desconexión total!
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