domingo, 16 de noviembre de 2014

Christchurch

Estamos a punto de irnos a Australia. Nueva Zelanda quedará como un capítulo cerrado del pasado del que podremos hablar como una experiencia que nos sirvió para crecer, no sólo como personas individuales sino también, cómo no, como amigxs y como pareja.
Estoy contenta de que el tiempo aquí esté llegando a su fin y eso no quiere decir que no haya sido un buen tiempo. Pero ya toca empezar a hacer otras cosas.
El segundo wwoofing está yendo muy bien. Hemos acertado de pleno con el lugar. Se trata de una casa en las afueras de Christchurch donde viven Robert y Peter, una pareja que debe andar por la cincuentena y que necesitan ayuda con una huerta que llevan manejando desde hace cinco años. Se compraron un terreno a un kilómetro de su casa y en vez de construir en él, como hizo la mayoría de la gente, ellos lo aprovecharon para plantar buena parte de las frutas y verduras que ahora comen. Es un sitio muy agradable y el trabajo, además de fácil y entretenido, no pasa nunca de las dos horas y pico. El primer día sí trabajamos algo más de tres horas, pero el resto de días hemos trabajado una media de dos horas. Las labores que se nos han encomendado van desde plantar o quitar malas hierbas hasta colocar palos y cuerdas que servirán para atar las plantas cuando vayan creciendo, pasando por pintar una valla o colocar alfombras en las partes del suelo donde no hay nada plantado para evitar que crezcan plantas no deseadas. 
Agradable. 
A cambio, ellos nos dan casa y comida. La habitación es pequeñita, pero más que suficiente. La cama es comodísima y el baño tiene cisterna y huele bien. Después del camping, casi lloro cuando llegué aquí. 
Como trabajamos por las mañanas, luego tenemos todo el día para hacer lo que queramos. Nos dejan bicicletas y con ellas nos movemos por Christchurch, una ciudad completamente devastada aún hoy por los terremotos que hubo hace cuatro años. Es increíble...Da bastante pena. La primera visión que tuvimos de la ciudad fue cuando devolvimos la campervan y vinimos al centro a coger el autobús para Little River, el lugar del camping. Como nos sobraba una hora y pico, pudimos dar una vuelta y vimos la plaza de la catedral, de la que queda nada más que la mitad. La verdad es que impresiona. Pero después, cuando hemos podido ir viendo más partes de la ciudad, especialmente todo el centro (los aledaños a la plaza de la catedral), hemos comprobado que los daños fueron considerables...
Hubo dos grandes terremotos separados por pocos meses entre ellos, pero además ha habido réplicas que, al parecer, duran aún hasta hoy. Sin embargo, afortunadamente, nosotrxs no hemos vivido nada digno de ser mentado. 
La ciudad, en buena parte porque está llena de obras, de edificios a medio derribar y de conos naranjas, es bastante desagradable. Pero a su vez tiene cierto encanto. A mí, para ser sincera, me deprime bastante. De todos modos, tengo la impresión de que no fue nunca una ciudad bonita a pesar de que en el centro hay unos cuantos edificios (o lo que queda de ellos) del siglo XIX que son muy bonitos. En general, las grandes ciudades de la isla sur tienen una arquitectura que deja entrever más historia que la isla norte. La distribución, a pesar de que entiendo que ahora es más caótica a consecuencia del terremoto, es extraña. No termino de entenderla...Nos perdemos con bastante frecuencia y Miguel ha perdido su capacidad de orientación. Cosas raras. Nos despista. 
El caso es que estamos bien, satisfechxs de habernos decantado por este wwoofing, y por otro lado deseando acabarlo para que empiece la auténtica aventura. 
Las crónicas desde las antípodas de Madrid están llegando a su fin...

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