Aprendí el significado literal de
la palabra “antípodas” un poco antes de venirme a ellas (bien, ahora vosotrxs
sois quienes estáis en las antípodas para mí), pero el significado real de la
palabra estoy asimilándolo ahora. Esa es la verdad.
Entiendo perfectamente que estoy
en el punto más lejano y eso conlleva muchas cosas. Pero ninguna me asusta. Ahora
sí empiezo a sentirme lejos de España de verdad y no me da miedo. Siento que
así tiene que ser.
Si he tenido este espacio un poco
abandonado no ha sido a propósito. Supongo que ha sido porque el cuerpo así me
lo ha pedido. Los días han empezado a sucederse rápidamente entre un sinfín de
quehaceres (ya trabajo unas 30 horas semanales en el restaurante, hoy he
empezado en una academia como profesora de español y además sigo teniendo a mi
alumno particular), pero sobre todo supongo que el tiempo acaba siendo el
verdadero espacio.
No me duele sentir lejos a mi
gente porque es perfectamente comprensible que cada cual tiene su vida y no
podemos estar todo el día pendientes unas de otras, pero se me hace extraño
sentir el vacío que algunas personas han dejado. Creo que es importante saber
diferenciar un silencio debido a las obligaciones de la cotidianeidad de una
ausencia inexplicable.
En cualquier caso, no querría que
esto pareciera algún tipo de reproche. Que nadie se dé por aludido/a. Sólo estoy
hablando por hablar. Cosas que me salen de los dedos de repente.
La cuestión es que, poco a poco,
vamos teniendo una rutina aquí. Y esto, en contra de todo pronóstico, no me
disgusta. Eso de las rutinas no está hecho para mí. Me agobia, me asfixia, os
prometo que me llega a faltar un poco el aire cuando pienso en una vida
predecible, previsible. Saber lo que me espera cada día me resulta aburrido y
no me gusta aburrirme. Sin embargo, por otro lado no me aburro fácilmente. Siempre
encuentro algo con lo que divertirme o entretenerme. Aquí, como digo, mi rutina
me gusta. Y en gran parte (ala, ya tenía que soltarlo, si no lo hago, reviento)
se debe a Miguel. Supongo que un blog abierto y público no es el sitio idóneo
para hacer confesiones muy íntimas, pero éste no es un secreto. Sigo estando
tan requetebién como os contaba al principio o mejor.
Lo único que me estresa un poco
es pensar en la idea de no tener ningún día libre. En el
restaurante trabajo cinco días a la semana (descanso los martes y los
miércoles) y en la academia en la que he empezado hoy (¡qué divertido!)
trabajaré las tardes de los martes. A mi alumno particular le doy la clase, en
principio, los miércoles. En cualquier caso, eso puede ser lo de menos porque
se puede acoplar en otro lado. Así las cosas, podría tener libre el miércoles, pero me han
dicho en la academia que muy probablemente me necesitarán los miércoles as well...Querían que trabajara también los
jueves, pero a eso ya les dije que no. Imposible. No puedo faltar del
restaurante las tardes de los jueves porque hay bastante trabajo.
Aquí las cenas empiezan a eso de
las 18:30/19:00 y a las 21:00 ya sólo está cenando la gente rezagada. A las
21:30 no queda ni Peter.
Los domingos trabajo todo el día
porque es el día libre de la manager. Entro a las 12 de la mañana, la hora
fuerte de las comidas va de 12 y pico a 1 y pico y a las 2 como tarde ya han
comido, pero estamos abiertxs hasta las 3, más o menos. A esa hora cerramos
durante dos horas y volvemos a abrir a eso de las 5. El jefe, Mark, viene a
ayudarme en las horas fuertes de la comida y la cena y el resto del tiempo
estoy sola con el cocinero, así que atiendo fuera y dentro (mesas y barra).
Poco a poco voy sintiéndome más
segura con el inglés. A mi jefe no le entiendo muy allá, pero con las clientas
y los clientes ya lo llevo estupendamente. Como comprenderéis, son
conversaciones bastante básicas, así que no suelen tener mucho misterio.
Los lunes por la tarde Ludmila,
la manager (una argentina de ascendencia rusa muy simpática con la que es súper
fácil trabajar), también está libre, así que es lo mismo. Estoy sola con el
cocinero desde las 16:30 hasta la hora fuerte, que viene Mark. Cuando la cosa
se relaja, se marcha de nuevo y cierro yo sola con el cocinero. El resto de
días trabajo con Ludmila. Básicamente, ella se encarga de la barra y yo de las
mesas, aunque ya os digo que es súper fácil trabajar con ella y nos organizamos
bien. Si puede ayudarme, lo hace. Lo mismo por mi parte. La verdad es que el
trabajo puede ser todo lo tedioso que es un trabajo en hostelería, pero dentro
de eso, he tenido suerte. No me puedo quejar.
En la academia tengo, por el momento,
dos grupos: begginers (están empezando
con el español ahora -tanto es así que la de hoy has sido la primera clase de
su vida-) e improvers (se supone que
ya saben algo, pero no es exactamente así…la verdad es que yo pensaba que iban
a saber más…)
A pesar de que quizá esperaba más
colaboración por parte del segundo grupo, el primero ha empezado mucho más
animado. Yo creo que se debe a que no sabían nada y no podían tener vergüenza de
hacer el ridículo, por así decir. Como la gente del segundo grupo se suponía
que ya tiene un nivel, quizá por eso han estado más tímidxs al principio. En cualquier
caso, al final he conseguido que se animaran también. Los países de procedencia
de mis alumnas y alumnos son, básicamente, Nueva Zelanda, Inglaterra y Estados
Unidos, pero tengo un alumno chino, una india y una alemana.
¡Tengo ganas de seguir!
Decía antes, y parece que me he
quedado a medias, que las rutinas no están hechas para mí. A eso tenemos que
añadirle el tedio que puede suponer pensar que un trabajo como el del
restaurante (cómodo porque mi compañera y mis compañeros son amables, pero
aburrido porque no me motiva ni me enriquece como persona) no tiene una fecha
próxima de caducidad…Quiero decir…He trabajo mucho y en muchas cosas (he
promocionado kiwis, perfumes u ofertas de Orange, he hecho inventarios, también
he trabajado en naves industriales moviendo palés y colocando libros, de
camarera, cuidando niñas y niños en una piscina de bolas, en el control de una
bolera, haciendo encuestas…), pero estos trabajos siempre han sido puntuales
(vacaciones, Navidad) o cosas de fin de semana. Es la primera vez, y aquí quiero
llegar, que trabajo de continuo y sin una fecha próxima de finalización.
Supongo que la excitación de
estar haciéndolo en otro país, la cantidad de gente diferente que conozco,
estar con Miguel y, sobre todo, estar haciéndolo con un objetivo claro (AHORRAR
PARA VOLAAAAAR) hacen que no se me haga demasiado cuesta arriba. Todos los días
me pasa lo mismo: me da mucha pereza irme, pero cuando llego allí me alieno y
tiro palante! Esa debe ser la
alienación de la que hablaba Marx. Me convierto en dos piernas y dos brazos que
mueven platos y bandejas…JA! Hablo de sentir mi cuerpo como algo “ajeno” a
mí misma, algo que parece que yo no controlo. Vaya, que la sociedad capitalista
me distorsiona, o algo así debe ser… Y no soy marxista, ¿eh? No se me vaya a
confundir, no jodas. Bakunin me libre.
El caso es que me pongo y sirvo
tapas que da gusto.
No, ahora ya en serio, que me
estoy yendo por los cerros de Úbeda (¿de dónde vendrá esa expresión?). Donde
quiero llegar es a que siento que el trabajo me aliena un poco, pero es todo lo
cómodo que podía ser dadas las circunstancias (es el trabajo que es -no es el
trabajo de mis sueños, obvio- y mi nivel de inglés es el que es -no podía
aspirar a dirigir la nación ni aunque hubiera tenido deseos de liderazgo-) y me
va a servir para ahorrar y así poder continuar esta aventura.
Al fin y al cabo, estando tan
lejos de toda mi gente y teniendo a medio plazo el objetivo de seguir
moviéndome, no me agobia tanto la sensación de sentirme atada. En España me
daba claustrofobia vital pensar en encadenarme a algo que me impidiera moverme
libremente (y más por la mierda que habría podido cobrar en cualquier cosa),
pero aquí no lo siento como una atadura sino como el comienzo de un puente. Mira
tú qué metáfora me acabo de marcar sin quererlo…
Hay algo que quiero comentar
desde hace tiempo. He de empezar con una declaración contundente: soy lerda. Mucho.
Dicho esto, puedo continuar. Cuando empecé a fraguar la idea de emigrar
buscando un lugar en el que aprender inglés, descarté rápidamente la
posibilidad de irme al Reino Unido porque quería evitar, ante todo y sobre
todo, encontrarme con hispanoparlantes. Claro, inocente de mí, pensaba en gente
de la madre patria, gente española. Nunca se me pasó por la cabeza cuando la
idea de Nueva Zelanda tomó forma que aquí podría haber muchxs hispanoparlantes.
Españolas y españoles, como bien imaginaréis, apenas hay. Me he cruzado con dos
desde que llegué: uno por cada mes. Pero…¡esto está lleno de gente de Latinoamérica!
“¡Muy bien, Míriam!”, pensaréis. No era tan difícil de imaginar…Pero a mí no se
me ocurrió, no. El caso es que me da exactamente igual. Si bien decía hace
meses que yo aquí no quería hablar en español, ahora agradezco sentirme
respaldada por una gran comunidad con la que puedo entenderme sin problemas
(aunque se dediquen a intentar imitar burdamente mi acento y se empeñen en
utilizar expresiones que creen que son típicas de España cuando yo jamás las he
oído <guiño, guiño> -lo digo
con cariño y diversión-). Y me gusta que no sean de España porque así conozco
gente con la que puedo entenderme, pero que viene de sitios lejanos a la madre
que me parió y que, por tanto, es diferente y puede aportarme más cosas que un
albaceteño o una murciana (con todo el respeto a esta gente, por supuesto).
Supongo que entendéis la cosa que
quiero decir: que ahora me alegro de encontrarme con gente que habla español,
pero que me congratula que no vengan del mismo sitio que yo. México, Argentina,
Colombia y Chile son, básica y fundamentalmente, el lugar de origen de mucha de la gente que es parte de mi rutina. ¡Gente maja! (y qué gracia les
hace lo de “maja”).
Hoy he decidido que a veces me da
una pereza sobrehumana el Skype.
Quizá al principio, aunque yo no lo sabía, me costó más de lo que creía hacerme
a la idea de dónde estoy y de dónde estáis vosotras y vosotros. Igual me aferré
demasiado a España, no me solté rápido. Traté de contar cada paso que daba o
quise sentiros cerca y que me sintierais igual. No lo sé, ¿eh? No estoy muy
segura. Aún tengo que reflexionar mucho sobre este tema y sobre tantos otros…
La distancia me está viniendo muy
bien para ver muchas cosas claras: cosas sobre mi vida personal, cosas sobre
las vidas de muchas personas de mi entorno y también, cómo no, cosas sobre el devenir
de nuestra madre patria. Ay, España…
Como veis, en el fondo vengo a
disculpar la demora. Se ha debido, supongo, a que ahora sí que estoy lejos. Mazo.
Pero tengo Madrid to clavao en mi corazón. Y a vosotrxs, por supuesto.
Ya he dicho más veces que quien
está, está. Y seguirá estando. Eso lo tengo to claro.
Laura, te estoy dedicando este
final. Sé que te va a encantar. Te pongo en negrita las palabras clave.
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