Inauguro el año publicando en mi blog. A priori,
esta entrada podría no parecer propia de un blog de viajes, pero luego veréis
que tiene todo el sentido que publique esto aquí y ahora porque lo que voy a
escribir se debe, entre otras cosas, al lugar en el que me hallo. Somos donde
estamos y eso es indiscutible. El suelo que pisamos, el cielo que vemos y la
gente con la que hablamos nos hacen día a día.
A veces tengo pequeños momentos en los que
la incertidumbre parece ganarme. Pero es momentáneo. La realidad es que soy
feliz. Eso es lo que vengo a contar. Quiero hablar de mí, de cómo me siento. Necesito
escribir. No necesito que me lean, necesito expresarme, necesito sacar palabras de dentro de mí para intentar explicar lo que siento, cómo estoy y qué soy. Necesito abrirme y dejar que salgan mis sentimientos.
Me gusta escribir cuando estoy contenta, cuando me siento a gusto, cuando me
siento más yo.
Soy feliz. Esa es la realidad. Y me gusta
sentir que soy feliz por lo que hago, por mí misma. No delego mi felicidad en
otras personas. Pero es innegable la importancia de Miguel a este respecto. Me siento
muy bien con él. Creo que sabemos hacerlo bien. Creo que estamos haciéndolo muy
bien. Pero yo soy la hacedora de mi felicidad. Me encuentro en armonía con el
mundo porque lo estoy conmigo. Sé lo que quiero, sé cómo debo hacer las cosas y
sé por qué estoy aquí. Ha habido momentos duros y va a seguir habiéndolos. Hay momentos
en los que, medio en broma, medio en serio, llegamos a decir cosas como “en
Madrid estaríamos viviendo en el centro con el dinero que nos gastamos aquí” o “con
esta pasta nos podríamos haber recorrido Latinoamérica”. Hay días en los que da
pereza intentar seguir buscando trabajo, en los que no apetece salir de la
cama, en los que tengo agujetas por
haber trabajado el día anterior cortando pimientos durante cinco horas…pero
todo eso es momentáneo. Todo eso es pasajero. Todo eso es lógico y normal y
sirve para que los momentos de idilio con la vida sean más auténticos y se
disfruten más.
Llego a saborear momentos. Un día sin hacer
nada, en casa, comiendo, durmiendo, cama, Miguel y música puede con todo el mal
del mundo. No hay mal que pueda conmigo, eso lo sé.
Sigo echando de menos a mi madre y a mi
hermana. Y a mis amigas y amigos. Os echo de menos. Pero bueno, eso también es momentáneo
(lo de mi madre menos, las cosas como son). Echo de menos estar perdiéndome
vuestros momentos, echo de menos abrazaros y oleros. Pero sé que seguiréis ahí
el día que vuelva y ahora quiero seguir volando. Sueño despierta con los viajes
que vamos a hacer cuando nos marchemos de aquí. Hablo con argentinos,
colombianos, mexicanos y chilenos que me cuentan maravillas de sus países y
quiero verlas con mis ojos. Y sé que voy a hacerlo.
Ayer me hice un amigo indio divertidísimo
con el que, por primera vez en mi vida, mantuve una conversación fluida durante
largo rato. Sí, sí. Una conversación en inglés. Vale, era Nochevieja y yo
estaba borracha. Eso ayudó. Pero hablé en inglés largo y tendido. Y me hice
entender y a él le entendí perfectamente. Y volví a soñar despierta con India. Latinoamérica
e India. Asia. El mundo. Qué grande y qué pequeño es a la vez…
Está siendo genial y muy enriquecedor conocer
gente tan variopinta, de sitios tan alejados, que al final, cómo no, es gente. Somos
gente. Y siempre hay formas para comunicarse, siempre se aprende y siempre se
quiere seguir aprendiendo. Las miradas, los gestos y las palabras son
diferentes y eso es auténtico. Me encanta. Disfruto conociendo a gente de todas
partes y sólo quiero que hablen para escuchar lo que tengan que decir.
Ya sabéis que mis escritos nunca llevan un
orden, no siguen un guión predeterminado. He empezado diciendo que esta entrada
no iba a parecer propia de un blog de viajes, pero ahora me doy cuenta de que
sí. Me gusta más hablar de sentimientos, de sentires, de pensares, que contar
historias cronológicamente. Por eso voy a dejar para otro rato la crónica de
los últimos días (un posible nuevo trabajo y una fiesta de Nochevieja son,
quizá, los acontecimientos más reseñables) y voy a dejar que mis dedos sigan
volando por el teclado de la misma manera que yo vuelo por el mundo desde
Auckland.
Me gusta mucho que Miguel toque la
guitarra. Disfruto escuchándole. Me encanta, de hecho. Creo que es uno de los
pequeños placeres de la vida. Y pude hacerlo anoche, en la fiesta de la que
hablaré en la próxima entrada. Ahora os escribo con música suya de fondo. Está grabada,
no huele a madera de guitarra porque todavía no tiene una, pero sirve para
transportarme.
Podría parecer una novia empalagosa que
aplaude emocionada cuando toca su churri (ya sabéis, la típica que llegaría a
decir que su novio lo hace bien aunque no sea verdad), pero no es eso para
nada. En absoluto. Es un amor real y muy racional. Y es que toca bien la
guitarra, joder. Sé que esto os importa mucho. Quiero que sepáis que soy muy
feliz a su lado e intuyo que él también lo es conmigo. Pero yo no me conformo
con eso. Para mí seguir haciéndole feliz, cada vez más, es un aliciente, no una
meta sino un camino.
Creo que la vida no se construye de grandes
momentos sino de pequeños instantes que van haciendo la cotidianeidad. Es muy
posible que los grandes momentos, esos soplos que te dejan sin respiración,
sean fundamentales para cimentar una vida memorable, pero no podemos vivir
esperando esos momentos todo el tiempo porque entonces nos frustraríamos. Lo más
maravilloso que puede pasarle a un ser humano es que los pequeños momentos del
día a día sean apacibles, agradables, divertidos a veces, calmados, serenos y
tranquilos. Y así, poco a poco, ir montando una vida como un puzzle en el que
todas las piezas acaban encajando. Armonía. Paz.
Hay que buscar la paz y la armonía. En eso
consiste la vida. Y eso intento. Parece que no ando lejos.
Estoy segura de que 2014 será tan
maravilloso como queramos que sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario