Estoy sola porque Miguel se ha
ido a la boda de Litos y Becks. Yo no he podido ir porque trabajo los tres días
del fin de semana: viernes, sábado y domingo por la tarde/noche. No podía dejar
de trabajar porque apenas tengo 15 horas a la semana y no me puedo permitir
faltar. Me dijeron que podían darme el día libre, pero acabo de empezar y
quiero que sientan que estoy al 100% y que van a poder contar conmigo siempre
que me necesiten. Habrían podido buscar a alguien que me sustituyera, eso es
seguro, pero me ha parecido más oportuno quedarme.
El caso es que Miguel se ha
marchado esta mañana, sábado, y volverá el lunes con la hermana de Becks, que
tiene que venir a Auckland. Voy a estar sola todo el fin de semana y estoy
segura de que voy a echar de menos a Miguel. Hoy le ha sonado el despertador a
las 7:45, me he despertado un momento, me he dado la vuelta en la cama y cuando
he vuelto a abrir un ojo, ya eran las 11:30 y estaba sola.
Poco a poco, y me gusta esta
sensación, siento que esto va siendo cada vez más un diario más de viajes privado. Sé que
lo lee menos gente y eso me gusta. En realidad, bien podría haber hecho un
diario privado, sin necesidad de utilizar las nuevas tecnologías y los medios
que pone a nuestro alcance el supuesto avance tecnológico. La realidad es que
también tengo un diario de este tipo, pero ese sí, por su idiosincrasia, es
mucho más privado. Mi amiga Carmen me regaló un maravilloso cuaderno hecho por
ella que escucha mis confesiones más íntimas. Aquí me dedico a relatar el día a
día, pero precisamente porque es un diario público, tampoco puedo contarme en
él absolutamente todo. Para eso están las hojas de la maravilla que tejió
Carmen. En él escribo pequeños detalles, cosas puntuales, sentimientos muy
profundos. Aquí os cuento cómo es la cotidianeidad en la otra punta del mundo y
de vez en cuando me pongo un poco más profunda. Cuando escribo desde lo más
hondo de mí es porque me encuentro en un momento de pasión. Cuando luego me
releo, a veces pienso que me paso. Pero bueno, como digo, sé que poco a poco
esto va quedando para mi gente de verdad. Y me pesa menos la sensación de que
quizá soy demasiado expresiva.
Creo que me siento más a gusto en
el tono broma que tienen gran parte de estas líneas. Siguen siendo historias
reales las que narro tipo monologuista.
A veces pienso que es muy extraño
estar tan lejos y me debato entre dos posiciones totalmente antagónicas: por un
lado me gustaría saber más de cada una de las personas que me importan y que
esas personas supieran más de mí de manera individualizada, pero por otro creo
que no puedo intentar discutir con la distancia. Y estando donde estoy,
bastante es que actualice este blog para que podáis saber de mí aunque sea de
manera general. Yo os pido que deis señales de vida cuando queráis, como
queráis y si queréis. Nada ni nadie nos obliga a estar en contacto. No hay
presiones de ningún tipo. Si queréis, aquí estoy. Si no, seguiré aquí. Ni mejor,
ni peor.
He tenido altibajos en el tiempo
que llevo aquí porque ha habido tiempos que he sentido demasiado lejos a gente
importante. Y no me refiero al espacio físico, ya me entendéis. Pero de pronto,
como si fuerais adivinas, habéis sabido manifestaros casi a la vez y con
maravillosas palabras.
No querría jamás que nadie
sintiera la presión de tener que leerme o de sentir que ha de escribirme porque
no es eso lo que yo quiero transmitir.
Si me lees, bien. Si no, insisto,
aquí seguiré. Y algún día podremos compartir estas historias y muchas otras que
se me quedan en el tintero o atrapadas en mis retinas.
Quedó pendiente que os hablara de
nuestra Nochevieja y de un supuesto nuevo trabajo. Pues ahí va:
Cuando terminé de trabajar el día
31, pareció que nos quedábamos sin plan porque mis compañeras, Ludmila (la
argentina) y Sara (la italiana) se iban a un sitio para que el que Miguel y yo
no teníamos ni ropa ni ganas y porque el argentino y el mexicano con los que yo
esperaba encontrarme no daban señales. Así que decidimos irnos directamente al
hostel donde viven y donde había estado yo la otra vez que salí a ver qué nos
encontrábamos. Allí nos recibieron unos chilenos muy simpáticos y nos quedamos
hablando con ellos. Finalmente aparecieron el argentino y el mexicano y mucha
más gente. Nos lo pasamos muy bien y nos reímos un montón. Además, como ya
decía, Miguel pudo tocar la guitarra, así que fue genial.
Por otro lado, os hablaba del
supuesto trabajo. Bien, la cosa no está muy clara, pero parece que puede salir
algo por ahí. Es en una empresa que prepara paellas por encargo. El dueño, un
neozelandés rollizo y simpático, entiende que necesito trabajar más y que como
él no me da un horario estable o fijo, yo tengo que seguir trabajando en el
restaurante español donde estoy ahora (en el que, de igual modo, no me pueden
dar estabilidad y comprenden que busque otras cosas). Quedamos en que podría
trabajar con ellos eventualmente y que no pasaría nada si yo un día no podía
por tener que ir al español, pero hace ya muchos días que no sé nada de él y
empieza a olerme mal. No sé. Ya veremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario