Hoy tengo el día libre. Sí. Hacía un mes que no tenía un día entero para mí. Y cuando digo "un mes" quiero decir "un mes". Mi último día libre fue el 8 de junio y hoy, como veis, es 9 de julio (¡diez días para el cumpleaños de mi madre querida! voy a sentir tanto no estar allí...).
Los vericuetos que me han llevado hasta esta situación no son asunto que ahora me interese, así que quizá los trate en otro momento. Ahora sólo quiero disfrutar de este día. Hace un asco de tiempo. El invierno es invierno. No hay nada más triste que el invierno. Cada vez lo soporto menos. Pero a la vez siento que madurar puede ser sonreír al invierno. Y yo tengo motivos. Si fuera hace frío, llueve o el viento alcanza los 200 km por hora (es literal) ese no es mi problema. Si el cielo está gris, yo no. Entre las cuatro paredes a las que llamamos casa y en las que nos sentimos en un hogar suena la guitarra de Miguel mientras yo leo y escribo. Mi padre me ha mandado unos cuentos de Pío Baroja que me han inspirado. Me encantan. Me estoy bebiendo una cerveza mientras Miguel canta y escribo ideas en el cuaderno maravillosamente cosido que me regaló mi amiga Carmen, salido de sus propias manos.
Esta mañana me he levantado rara. No podría decir de mal humor porque siento que ese estado no cabe en mí, pero estaba momentáneamente a disgusto con la vida. No lo sé, pero quizá ha habido algo de miedo a que el día pasara rápido. No es normal la velocidad a la que se nos escapa la vida...Pero el día está pasando al ritmo normal de las horas y yo estoy contenta. Sonrío como tonta a ratos. Mientras estamos metidxs en la rutina de trabajar, comer y dormir (cosa en la que se ha convertido nuestra vida en los últimos tiempos) el ritmo frenético de los minutos me asusta. Sin embargo hoy el reloj va más despacio, como solía hacerlo. Parece que nos ha dado una tregua. Y esto me está dando energía para superar otra vez los días que se presentan. El chute de energía que supuso el día de mi cumpleaños me ha valido casi un mes. Este día volverá a ser energía a partir de mañana. Espero poder tener un día libre la semana que viene, pero como no estoy segura, me aferro a la seguridad de que el de hoy sí lo tengo y me conformo, no porque yo sea conformista sino porque disfruto aprendiendo a saborear cada segundo. La oportunidad de ser feliz está ahí, a cada paso. Y a veces nos empeñamos en grandes gestas.
La mañana no me inspira como la tarde. ¿Por qué? No lo sé. Pero creo que tiene algo que ver con la cercanía de la oscuridad. Nada me inspira más que la noche. Debo tener algo de murciélago o de lechuza. Por cierto, esto me recuerda que el nivel de empatía que estoy alcanzado con el resto de los animales a veces hasta me asusta. Nada me inspira más que la noche y nada me enamora más que la naturaleza libre. Es muy probable que en Tonga podamos nadar con ballenas (en su medio natural, obviamente) y los vídeos que he estado viendo de esos inmensos animales moviéndose sobre sí mismos alrededor de personas como si retozaran...¡ay!
A lo que iba (que ya no sé qué era)...ésta es la disertación que me sale de los dedos sin pensar mientras disfruto de una tarde libre junto a Miguel (bien podría haber dicho una cosa cursi en vez de su nombre, pero yo no soy así).
La conclusión es que si las horas pasan deprisa mientras estamos dentro de la rutina, y eso me asustaba (reflexiones sobre el devenir del tiempo y su inexorabilidad -esa palabra que siempre aparece junto a la palabra "tiempo", pero es cualquier cosa que no se pueda evitar-), cuando vuelvo a estar en mí, haciendo lo que me apetece, el reloj retoma el ritmo habitual. Me gusta imaginar una vida lenta porque lo lento se disfruta más y el único fin de la vida debería ser disfrutar. El fin último es la felicidad, de esto estoy segura. A ver quién dice lo contrario.
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