sábado, 12 de abril de 2014

Hablar de la vida de otras personas sería más fácil porque hablar sobre mí me cuesta. No me gusta demasiado. Sé que esta idea es contradictoria con el hecho de haber abierto este blog, pero es así. Supongo que la vida son contradicciones y los seres humanos somos contradicciones con patas. Puedo imaginar que luchar contra esa esencia es parte de la tarea que deberíamos asumir.
Pero como tampoco me gustaría hablar de la vida de otras personas, lo mejor sería inventar vidas. Por eso siempre he querido escribir. Y a la vez me siento incapaz. Son muchas las cosas que he empezado, ninguna la que he terminado. Y la mayoría de los textos que he iniciado, sin mucha pretensión, están en un cajón que sólo yo abro. 
Cuando estaba a punto de venir a New Zealand, pensé que quizá aquí encontraría el tiempo, el espacio y la inspiración. Y resulta que apenas tengo nada de eso, a pesar de que estoy más conmigo misma que nunca. Porque trabajo mucho y porque supongo que la inspiración es algo repentino. Dicen que no sé quién dijo que la inspiración tiene que pillarte trabajando. Creo que fue Picasso. Pero no sé cómo podría pillarme trabajando la inspiración si no encuentro cómo empezar...
Me pasa con cierta frecuencia que estoy haciendo cualquier cosa y de repente tengo un ataque de lucidez que me hace correr hacia un cuaderno. Ideas que algún día podrían tomar forma. Pero luego no la toman. Ahí están. Aparcadas. Casi olvidadas. 
Yo lluevo y brillo y eso se refleja en las cosas que escribo. Soy como un día en Nueva Zelanda. Lluevo y brillo en cuestión de segundos. Puedo cambiar de un estado al otro en poco tiempo. No sé si eso es bueno o es malo, pero así es. Así soy. La cuestión es que soy feliz y supongo que al final del camino eso es lo que todas y todos queremos. Así que sonrío. No lloro. O sí, claro. Porque soy llorona. Tampoco sé si es bueno o malo. Y no sé si me gusta o no. Pero no lo puedo evitar. Es mi forma de ser y siempre he sido así. Supongo que soy pasional y vehemente. Y supongo que eso es malo cuando te hace sufrir. Pero yo estoy aprendiendo a encajarlo y a aprovecharme de ello. Antes sufría más. Ahora voy aprendiendo a medirme. Supongo que finalmente será verdad eso de que los años pueden servir para algo. Pero siempre me negaré a la sacralización de la edad. El tiempo no nos hace inteligentes. De hecho, me atrevería a decir que el tiempo hace que la gente tonta sea más tonta, la gente estúpida se estupidiza más. 
El otro día preguntaba una conocida si concebíamos el término "ambición" como algo positivo o negativo y a mí me dio qué pensar. Me planteé si la ambición es buena o es mala y por qué. Y una vez más recurrí a mi odiada RAE, a esa panda de catetos cultivados que piensan, escriben y dictan con la polla que caracteriza a la sociedad patriarcal en la que vivimos. Dicen estos, digo, que la ambición es el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Y yo me planteé entonces que si suelo pensar que la ambición es negativa es porque el poder, las riquezas o la fama no son cosa buena o al menos se me antoja como algo negativo buscarlas (o buscarlas ante todo). La fama podría ser buena en otro mundo, pero mira y piensa...¿quién y por qué es famosx hoy? Otra cosa es eso de la dignidad. Si la dignidad es la excelencia, entonces es bueno ser ambiciosa en ese sentido...Pero es verdad que la dignidad puede ser también un cargo o empleo de autoridad. Mierda pa mí otra vez. 
No sé si soy ambiciosa. Pero sé que quiero muchas cosas, todas relacionadas con mi mundo interior. Tengo un mundo interior inmenso. A veces siento que mi mundo interior es más grande que el que piso. Me late, me arde, me quema y me hiela. Me come por dentro. Y las palabras a veces no sirven. Leí hace poco una poesía de Rafael Alberti que decía que él nunca sería de piedra, que lloraría, reiría y gritaría cuando hiciera falta. También decía que contaría cuando hiciera falta. Eso intento yo. Contar. Transmitir. Pero no sé si lo consigo. A veces tampoco sé por qué intento contar. De vez en cuando no sé si tiene sentido. Somos seres solitarios. También sociales, sí. Claro. Pero no es lo mismo sociedad  que gregarismo y a mí me da pereza la humanidad porque creo que es un fallo. Somos un fallo. El planeta funcionaría mejor si no lo pisáramos. 
Yo, que creo que podríamos no estar, he decidido estar en muchas partes. Por eso quiero viajar. Por eso ahora estoy en la otra punta del mundo. Pero ya no estoy boca abajo porque intento quitarme de encima el puto etnocentrismo (qué cosa...Parece que sólo del llamado primer mundo. Y sigo sin saber dónde está el segundo mundo).
A veces me hago gracia porque creo que mi discurso puede sonar a jipi trasnochada. Y lo peor de todo, lo más triste, es que siento que no digo más que cosas lógicas. Eso pensará cada cual de sus sentencias, digo yo...Qué pena. Sí, también digo tonterías, claro. Muchas. A diario. Pero mi filosofía de vida, las cosas en las que creo en lo más profundo de mi corazón, me parecen básicas, sencillas y para todos los públicos. Y el mundo se empeña en llevarnos la contraria. Hablo de igualdad. IGUALDAD.
Ahora sólo quiero que llegue mi madre. Estoy deseándolo. Ya sólo queda una semana. UNA SEMANA. 
Ahora los días tienen más sentido. Entiendo mejor eso de que un día son veinticuatro horas desde que cuento los que me quedan para abrazar a mi madre.

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