2013 ha sido el año en el que por
fin he terminado mis estudios. Después de la carrera y del primer máster, el
máster del profesorado se me resistió un poco, pero ya está terminado. En junio
aprobé el examen que me faltaba y en septiembre pude defender el trabajo fin de
máster. En 2013 he aprobado 3º de alemán y 4º de inglés en la Escuela de
Idiomas y he podido dar muchas clases particulares que me han servido para
conocer a gente que merece la pena y que me ha aportado mucho. 2013 es el año
en el que he podido sentir que mis metas estudiantiles se veían resueltas, a
pesar de que es el año en el que también he tenido que aparcar la tesis
doctoral. Pero sobre todo, 2013 es el año en el que me he propuesto dejar de
pensar en los estudios (sí, quizá ha sido fácil porque llegaba el momento,
porque tocaba) y he dado el paso que llevaba tiempo queriendo dar. 2013 es el
año en el que he salido de España, del país que me vio nacer y del que hablo
mal y bien según el día y el momento. En 2013 me han pasado muchas cosas
buenas, he sonreído y reído, he conocido a Miguel (sin el que ahora todo sería
muy extraño), he soñado, he vibrado, he crecido y he aprendido. Pero también ha
sido un año triste porque ha salido de mi vida alguien que era muy importante.
Sé que no lees estas líneas y en el fondo prefiero que no lo hagas. Pero no me
parecería justo, haciendo balance del año que termina, olvidarme de ti. No te
olvido. Eso creo que lo sabes aunque la distancia física y emocional sea
grande. No quiero ponerme melancólica ni aburrir. Esto es entre tú y yo.
2013 es el año en el que he
volado, literal y metafóricamente. Me siento más libre, más dueña de mi vida y
a la vez, por qué no, a veces más débil. Tomar decisiones implica afrontar la
vida y eso en muchas ocasiones no es fácil. Tomar las riendas de mi propia vida
es algo que no podría no hacer, no me imagino una vida llevada, una vida
normal, dirigida y aburrida. Pero que no pueda imaginar otra forma de vida no
supone que ésta sea fácil. A veces tengo un poco de miedo. El inglés me asusta
y no termino de imaginar cómo será el día en el que pueda, de verdad, mantener
y seguir una conversación en este idioma. Ahora bien, decidí que no voy a parar
hasta conseguirlo y así será. Soy una mujer firme y segura. Y valiente, aunque
a veces no me lo crea. Si decido algo, lo consigo. También hay metas que nos
sirven para ser mejores personas aunque nunca seamos capaces de alcanzarlas,
pero ésta no es una meta de esas, ésta es una meta de las que se alcanzan, se
conquistan y se disfrutan.
Escribo estas líneas desde la
otra punta del mundo mientras el año termina y, sinceramente, me siento
orgullosa de ello. A veces os extraño, sobre todo a mi hermana y a mi madre,
pero sé que seguiréis ahí, sé que el tiempo en realidad no existe (o yo no sé
lo que es) y sé que si no dirijo yo mi vida, la dirigirá la inercia y eso no me
gusta.
Trabajaré en alguna mierda (o
no), me explotarán (o no), ganaré poco (o mucho), ahorraré (o me lo gastaré en rumbear -no, no creo-), reiré y lloraré,
os echaré de menos a rabiar y no me acordaré de vosotrxs, y seguiré siendo yo,
quizá más yo que nunca. Volveré para
abrazaros, pero seguiré volando. Ya no puedo parar.
Esto de la tecnología me abruma.
Nací en 1987 y a veces puede parecer que lo hice en el 27. Teneros aquí sin
teneros es algo que me sobrepasa, es colisionador, me cuesta. No termino de
entenderlo. No paro de usar los medios que nos permiten romper distancias, pero
sigo sintiéndome extraña en esta posibilidad. Nos cargamos las distancias y
hacemos como si no hubiera 20.000 km. Que la comunicación sea como si la
distancia no existiera (a pesar de que Skype distorsiona la voz y se corta) es
algo complejo de entender.
Reflexionaba yo últimamente sobre
este tema cuando mi gran hermana pequeña me habló en los mismos términos.
Creo que no podemos, simplemente,
dejarnos llevar. No digo que los “avances” tecnológicos sean malos (yo misma me
beneficio de ellos a diario), sólo digo que debemos pensar en ellos, hacernos
cargo, meditar, usarlos con medida y raciocinio.
No hace tanto que la gente se
marchaba y sólo sabías de ella por cartas y una llamada de ciento al viento. Esto también tenía su magia. De hecho, creo
que la única persona con la que no me valdría ese tipo de comunicación sería mi
madre. Me explico: me veo perfectamente capaz de volver al método de hace unos
años y saber del resto de la humanidad cuando la carta arribara. Si agradezco
eso que llaman evolución, es por poder saber de mi madre a diario. Sobre todo y
ante todo por eso.
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