Mañana domingo tengo que ir de
nuevo al restaurante español. Me ha dicho Mark, el jefe, que es para otra
prueba y que, dependiendo de ella, me dirá cuántas horas voy a trabajar. Pero
me ha dicho que serán unas 20 horas semanales y que me va a pagar $13 la hora.
No sé si piensa hacerme contrato. Si va a hacérmelo, no puede pagarme 13
dólares porque aquí el mínimo son 13,75. A esos 13,75 le quitan los GST, las
tasas, que creo que andan por el 15%.
En cualquier caso, como comprenderéis,
no me vale con un trabajo de 20 horas semanales. Se supone que eso sería al
principio, pero entiendo que igual luego son más horas. De todos modos, yo casi
prefiero tener dos trabajos diferentes para que no se me haga tan pesado, así
que estoy buscando otra cosa mientras…
El lunes empiezo las clases de
español con mi primer alumno y después de la decepción de la academia, he
decidido que he de seguir buscando otras academias. Quiero trabajar de
profesora de español y voy a hacer todo lo que pueda para ello.
Miguel fue antes de ayer a hacer
una prueba en un restaurante como dishwasher
(fregando platos, vaya) y fue horrible. El sitio era asqueroso, el ambiente
bastante desagradable y el trabajo, durísimo. Vino hecho polvo (física y
psicológicamente) y yo puedo afirmar y afirmo que tengo un churri que es un
valiente. Aguantó el tipo hasta el final y llegó a casa reventado, pero seguro
de que puede hacer lo que se proponga. Ahora bien, no hemos venido aquí a
sufrir. Está claro que a veces hay que pasarlo mal, que la vida es así. Pero no
más de lo necesario, ¿no? Así que al día siguiente se plantó allí y le dijo al
tipo que no le interesaba el trabajo porque es demasiado duro. Le pidió que le
pagara por las siete horas (horazas, diría yo) que había trabajado el día
anterior, pero el tío le dijo que el día de prueba no se paga a no ser que te
quedes. A mí me parece un morro increíble, pero al parecer aquí las cosas
funcionan así. El encargado le dijo que como era una prueba, él podía haberse
ido cuando hubiera querido. Pero cuando Miguel le dijo que había trabajado
siete horas muy duras, el tío le propuso que vuelva el lunes a ver si consigue
que le paguen algo. El encargado no es, según él mismo le explicó, quien puede
tomar esa decisión. Pero se mostró amable y le dijo que iba a intentar hacer lo
que pudiera, así que el lunes volverá a ver si le pagan algo por la paliza que
se metió.
Cuando le vi aparecer por la
puerta, con una cara que no sabría bien cómo describir (mezcla de pena,
tristeza, hastío y frustración) y oliendo a pescado que no os imagináis, se me
cayó el alma a los pies. Insisto: no hemos venido aquí a esto.
Cuando Miguel fue a hablar con el
encargado para decirle que no seguía, habló con un chileno que el día anterior
no había estado. Éste le dijo que se marchara de allí cuanto antes, que no se
quedara con ese trabajo, que era horrible y que le iban a explotar. Le dijo que
aquí hay trabajo de sobra y que ese era el peor que podía coger. Estas palabras
ayudaron a Miguel, pues todavía se sentía un poco inseguro con respecto a su
decisión. No sabía si hacía bien dejando pasar ese trabajo a pesar de que en el
fondo sentía que no podría aguantarlo mucho tiempo. Yo al principio era de la
idea de aguantar el tipo como podamos donde podamos, pero ahora tengo claro que
no es eso lo que hemos venido a hacer. No tenemos ninguna necesidad de sufrir
más de lo justo y necesario para crecer como personas y para hacer de esta
aventura una oportunidad de aprender. No vamos a fregar la mierda de nadie
mientras nos gritan o nos tratan mal. No.
Ahora más que nunca siento que es
fundamental que estamos lxs dos juntxs. Creo que es importante que Miguel
sienta mi apoyo y yo me siento muy reconfortada sintiendo el suyo. Estamos
juntxs en esto y siempre vamos a salir airosxs. Unas palabras amigas, un abrazo
y una sonrisa ayudan cuando hay pequeños momentos de bajón. Pero la verdad es
que la mayor parte del tiempo estamos felices. Nos reímos un montón y tenemos
muchas ganas, fuerza, energía e ilusión.
El otro día os contaba que al día
siguiente tenía dos citas en dos agencias diferentes para trabajar de au-pair. Pues bien, esas entrevistas ya
se han dado. En ambas me han dicho, básicamente, que hasta que no pase la
navidad…la cosa está complicada. Se van de vacaciones y en la oficina no queda ni Pirri. Pero la de
la primera agencia me dio más esperanzas que la de la segunda. Esta última me
dijo que las condiciones de mi visado (no puedo trabajar más de seis meses en
el año y no más de tres meses para el mismo empleador) no son las más idóneas
para trabajar de au-pair, puesto que
la gente quiere una continuidad mayor.
La de la primera agencia sí que
me dijo que igual podrían encontrarme algo, así que quedo un poco a la espera
sabiendo que puede alargarse.
Ambas fueron muy amables y con
las dos hablé de otras cosas cuando terminamos la entrevista. A las dos les
dije que mi inglés es bastante malo y que eso me hace sentirme un poco insegura
y tanto una como la otra me dijeron que no, que me defendía bien. La de la
primera agencia, que fue con la que más hablé, me animó un montón.
Le comentaba ayer por la tarde a
Miguel que creo que ya he superado la barrera de la colisión mental y que si
ahora no puedo hablar, ya no es por miedo sino porque de verdad no me da para
más. Pero ya no me da vergüenza intentar hacerme entender. A veces sigo
quedándome bastante bloqueada, pero siento que he avanzado bastante en ese
sentido. Supongo que es cuestión de supervivencia. Son tantas las ocasiones en
las que he necesitado hablar y hacerme entender que no me ha quedado más
remedio que hacerlo como he podido.
La verdad es que estoy alucinando
con Miguel. Es un jodido valiente. No había estudiado nada de inglés desde que
terminó el instituto y aquí está, contra viento y marea, haciéndose entender y
enterándose de mucho más de lo que habría sido capaz yo en su misma
situación. A veces se frustra un
poquito, pero en esos momentos yo le recuerdo que mi nivel es ínfimamente
superior al suyo a pesar de que yo he hecho unas cuantas cosas en los últimos
años. No es que yo haya hecho la hostia de cosas, pero estuve un mes en Londres
yendo a clase cinco horas diarias, he podido disfrutar de dos becas de cuarenta
horas cada una, este año he aprobado 4º en la Escuela de Idiomas y el año del
máster de la Complutense estuve estudiando inglés en el CSIM, el Centro
Superior de Idiomas Modernos de la Complutense. E, insisto, no me defiendo
mucho mejor que él. Creo que yo debería hacerlo mucho mejor de lo que lo hago
para lo que se supone que sé. Pero es la historia de siempre. En España nos
enseñan gramática, nos obligan a estudiar como si nos estuviéramos aprendiendo
la lista de los reyes godos y nadie nos habla en inglés ni nos hace hablar.
Así, cuando llegas a la vida real, puedes meterte la lista de verbos irregulares
por donde mejor te quepa. Sólo el contacto con el mundo real sirve para
aprender, para mejorar y para, en definitiva, poder decir que has aprendido
inglés.
Estamos a punto de tener conexión
a Internet en casa y en ese momento podremos conectarnos cuando queramos y
donde queramos, dejaremos de depender de una red abierta que nadie sabe de
dónde viene y adónde va. Y con este dato comienza el momento de las anécdotas
chorra. Esta vez tengo una cuantas…
Para empezar, querría manifestar
el desconcierto que me produce la afición de esta gente: se disfrazan para
salir los fines de semana. Los viernes y los sábados puede verse gente
disfrazada por todas partes desde las cinco de la tarde (hora a la que ya están
dándolo todo). Los disfraces van desde lo más selecto y currado hasta lo más
cutre o simple. Puede valer, por qué no, una simple máscara a la veneciana. El
otro día, por ejemplo, llevaba caminando a mi lado a un tío que llevaba una de
esas máscaras como si nada. Iba tan serio, se paraba en los semáforos a esperar
como ciudadano ejemplar y su semblante, su actitud o su postura no parecían
denotar que se percataba de la máscara que llevaba sobre sus gafas. Súper
serio.
El otro día volvió a sonar la
alarma de incendios. Si la primera vez me puso algo nerviosa, en esta segunda
ocasión ya me lo tomé con toda la calma. Estaba lavándome los dientes y terminé
de hacerlo, me calcé, me preparé y a la calle que fuimos a reunirnos de nuevo
con el vecindario. Era la 1:30 de la madrugada y la gente salía bostezando, en
pijama, como si no pasara nada. Siguió bajando gente hasta diez minutos después
de que lo hiciéramos nosotrxs, que tampoco fuimos lxs más rápidxs del
edificio…Como un día haya un incendio, mueren calcinados la mitad de los
habitantes del bloque. Yo misma creo que voy a quedarme durmiendo la próxima
vez que suene. Un día nos pasará como le pasó a Pedro con el lobo (toma cuento
especista que sataniza al pobre lobo).
Hay que tener en cuenta que el
edificio tiene doce plantas y cuando suena la alarma, obviamente, no pueden
usarse los ascensores. Así que la gente baja con calma, paz y sosiego. Nosotrxs
vivimos en el primero. Por eso podemos llegar más o menos rápido a la calle…
Otra anécdota digna de ser
contada es la siguiente: una mañana hace tres o cuatro días me encontraba yo en
la cama tranquilamente, medio despierta y haciendo pereza, mientras Miguel
hablaba en el patio con su hermano Vicente cuando sonó la puerta. Alguien llamó
tocando suavemente la puerta con los nudillos. Como estaba medio dormida, tardé
un poco en reaccionar. Me estaba levantando cuando sonó por segunda vez, pero
ya no me dio tiempo a abrir, porque la puerta se abrió sola…y apareció ante mí,
que estaba en bragas y empanada, el tío de la inmobiliaria. Me pidió perdón y
se puso a hablarme, pero no me enteré de la mitad. Todo sucedió rapidísimo y
cuando quise reaccionar, el tío ya había cerrado la puerta. Luego mandamos un
email a la mujer de la inmobiliaria (Mari Carmen para nosotrxs, Wendy según su
partida de nacimiento) y nos pidió perdón, nos explicó que se les habían
mezclado todas las llaves del edificio y que el bueno de Deniss (el calvo que
me vio en bragas) estaba intentando reorganizar su manojo de keys.
Como no podría ser de otro modo,
cuando salí al patio para contárselo a Miguel, dijimos el “al blog que va” que decimos con cierta asiduidad.
Os contaba el otro día que ya
tenemos carnet de la biblioteca, pero entonces no sabíamos todavía que aquí las
bibliotecas cobran. No cobran por todo y los precios no son muy elevados, pero
cobran. Hay que pagar por llevarse DVDs, música, best seller y alguna cosa más. Creo que los libros mundanos son
gratis. Si te retrasas en la devolución, no pasa como en España (por cada día
de retraso tienes dos de penalización, no puedes usar el carnet). Si te
retrasas, digo, te cobran. Y punto pelota.
Al fin hemos conseguido alquilar El Hobbit (creo que ya contaba en otra
entrada que queríamos verla en versión original para prepararnos para ir al
cine a ver la segunda, que no tendrá subtítulos ni tendrá na, ahí, a lo loco).
Hemos hallado un videoclub no demasiado lejos de casa y antes de ayer la
alquilé. Anoche empezamos a verla y sucedió la tragedia. ¡ME DORMÍ! No sé qué
me pasa. No lo entiendo. Jamás (JAMÁS) me he dormido viendo películas. Y me cae
mal la gente que se duerme viendo películas. Pues bien, en los últimos tiempos
me he dormido viendo tres películas. TRES. TRES.
Y siempre con Miguel. ¿Cuál es el resultado? Que no me cree cuando le digo que
no sólo no me había pasado en la vida sino que me cae mal la gente que lo hace.
Sí. Ahora me caigo mal a mí misma. La vida es dura.
Mamá, Silvia, por favor, decidle
a Miguel lo que he pensado siempre de la gente que se duerme delante de la
tele…y decidle cuántas veces me habéis visto vosotras caer ante una película…
No sé qué me pasa. No sé qué me
pasa. Algo no va bien.
Me pasé la mitad de la película
dando cabezadas ridículas que me ponían de mala hostia. No debí estar dormida
más de cinco minutos seguidos ni una vez. Y cuando ya no podía más y me reconocí
a mí misma que lo que estaba haciendo no tenía sentido, me levanté, fui al
baño, meé, reflexioné y volví diciendo muy convencida “me voy a la cama, esto
no tiene sentido, mañana termino de verla” y Miguel me contestó “ya ha
terminado”. Bueno, bueno, bueno…¡qué mala hostia me entró! Me fui a la cama y
me desvelé (cinco minutos).
Hoy he amanecido fresca como una
lechuguilla, pero deseando ver terminar la película…
No hay comentarios:
Publicar un comentario