domingo, 22 de diciembre de 2013

Un poco de todo

Nuestra vida neozelandesa va tomando forma. Seguimos sin trabajo, pero ya estamos en ello a tope. Ayer por la tarde dejamos nuestro currículum en unos cuantos hoteles. Tuvimos que rellenar formularios eternos y prácticamente iguales en todos ellos para poder dejar el CV. Pero lo conseguimos. Algunos de los hoteles de mayor postín, como diría mi abuela, ya tienen nuestro currículum.
Mañana domingo tengo que ir de nuevo al restaurante español. Me ha dicho Mark, el jefe, que es para otra prueba y que, dependiendo de ella, me dirá cuántas horas voy a trabajar. Pero me ha dicho que serán unas 20 horas semanales y que me va a pagar $13 la hora. No sé si piensa hacerme contrato. Si va a hacérmelo, no puede pagarme 13 dólares porque aquí el mínimo son 13,75. A esos 13,75 le quitan los GST, las tasas, que creo que andan por el 15%.
En cualquier caso, como comprenderéis, no me vale con un trabajo de 20 horas semanales. Se supone que eso sería al principio, pero entiendo que igual luego son más horas. De todos modos, yo casi prefiero tener dos trabajos diferentes para que no se me haga tan pesado, así que estoy buscando otra cosa mientras…
El lunes empiezo las clases de español con mi primer alumno y después de la decepción de la academia, he decidido que he de seguir buscando otras academias. Quiero trabajar de profesora de español y voy a hacer todo lo que pueda para ello.
Miguel fue antes de ayer a hacer una prueba en un restaurante como dishwasher (fregando platos, vaya) y fue horrible. El sitio era asqueroso, el ambiente bastante desagradable y el trabajo, durísimo. Vino hecho polvo (física y psicológicamente) y yo puedo afirmar y afirmo que tengo un churri que es un valiente. Aguantó el tipo hasta el final y llegó a casa reventado, pero seguro de que puede hacer lo que se proponga. Ahora bien, no hemos venido aquí a sufrir. Está claro que a veces hay que pasarlo mal, que la vida es así. Pero no más de lo necesario, ¿no? Así que al día siguiente se plantó allí y le dijo al tipo que no le interesaba el trabajo porque es demasiado duro. Le pidió que le pagara por las siete horas (horazas, diría yo) que había trabajado el día anterior, pero el tío le dijo que el día de prueba no se paga a no ser que te quedes. A mí me parece un morro increíble, pero al parecer aquí las cosas funcionan así. El encargado le dijo que como era una prueba, él podía haberse ido cuando hubiera querido. Pero cuando Miguel le dijo que había trabajado siete horas muy duras, el tío le propuso que vuelva el lunes a ver si consigue que le paguen algo. El encargado no es, según él mismo le explicó, quien puede tomar esa decisión. Pero se mostró amable y le dijo que iba a intentar hacer lo que pudiera, así que el lunes volverá a ver si le pagan algo por la paliza que se metió.
Cuando le vi aparecer por la puerta, con una cara que no sabría bien cómo describir (mezcla de pena, tristeza, hastío y frustración) y oliendo a pescado que no os imagináis, se me cayó el alma a los pies. Insisto: no hemos venido aquí a esto.
Cuando Miguel fue a hablar con el encargado para decirle que no seguía, habló con un chileno que el día anterior no había estado. Éste le dijo que se marchara de allí cuanto antes, que no se quedara con ese trabajo, que era horrible y que le iban a explotar. Le dijo que aquí hay trabajo de sobra y que ese era el peor que podía coger. Estas palabras ayudaron a Miguel, pues todavía se sentía un poco inseguro con respecto a su decisión. No sabía si hacía bien dejando pasar ese trabajo a pesar de que en el fondo sentía que no podría aguantarlo mucho tiempo. Yo al principio era de la idea de aguantar el tipo como podamos donde podamos, pero ahora tengo claro que no es eso lo que hemos venido a hacer. No tenemos ninguna necesidad de sufrir más de lo justo y necesario para crecer como personas y para hacer de esta aventura una oportunidad de aprender. No vamos a fregar la mierda de nadie mientras nos gritan o nos tratan mal. No.
Ahora más que nunca siento que es fundamental que estamos lxs dos juntxs. Creo que es importante que Miguel sienta mi apoyo y yo me siento muy reconfortada sintiendo el suyo. Estamos juntxs en esto y siempre vamos a salir airosxs. Unas palabras amigas, un abrazo y una sonrisa ayudan cuando hay pequeños momentos de bajón. Pero la verdad es que la mayor parte del tiempo estamos felices. Nos reímos un montón y tenemos muchas ganas, fuerza, energía e ilusión.

El otro día os contaba que al día siguiente tenía dos citas en dos agencias diferentes para trabajar de au-pair. Pues bien, esas entrevistas ya se han dado. En ambas me han dicho, básicamente, que hasta que no pase la navidad…la cosa está complicada. Se van de vacaciones  y en la oficina no queda ni Pirri. Pero la de la primera agencia me dio más esperanzas que la de la segunda. Esta última me dijo que las condiciones de mi visado (no puedo trabajar más de seis meses en el año y no más de tres meses para el mismo empleador) no son las más idóneas para trabajar de au-pair, puesto que la gente quiere una continuidad mayor.
La de la primera agencia sí que me dijo que igual podrían encontrarme algo, así que quedo un poco a la espera sabiendo que puede alargarse.
Ambas fueron muy amables y con las dos hablé de otras cosas cuando terminamos la entrevista. A las dos les dije que mi inglés es bastante malo y que eso me hace sentirme un poco insegura y tanto una como la otra me dijeron que no, que me defendía bien. La de la primera agencia, que fue con la que más hablé, me animó un montón.
Le comentaba ayer por la tarde a Miguel que creo que ya he superado la barrera de la colisión mental y que si ahora no puedo hablar, ya no es por miedo sino porque de verdad no me da para más. Pero ya no me da vergüenza intentar hacerme entender. A veces sigo quedándome bastante bloqueada, pero siento que he avanzado bastante en ese sentido. Supongo que es cuestión de supervivencia. Son tantas las ocasiones en las que he necesitado hablar y hacerme entender que no me ha quedado más remedio que hacerlo como he podido.
La verdad es que estoy alucinando con Miguel. Es un jodido valiente. No había estudiado nada de inglés desde que terminó el instituto y aquí está, contra viento y marea, haciéndose entender y enterándose de mucho más de lo que habría sido capaz yo en su misma situación.  A veces se frustra un poquito, pero en esos momentos yo le recuerdo que mi nivel es ínfimamente superior al suyo a pesar de que yo he hecho unas cuantas cosas en los últimos años. No es que yo haya hecho la hostia de cosas, pero estuve un mes en Londres yendo a clase cinco horas diarias, he podido disfrutar de dos becas de cuarenta horas cada una, este año he aprobado 4º en la Escuela de Idiomas y el año del máster de la Complutense estuve estudiando inglés en el CSIM, el Centro Superior de Idiomas Modernos de la Complutense. E, insisto, no me defiendo mucho mejor que él. Creo que yo debería hacerlo mucho mejor de lo que lo hago para lo que se supone que sé. Pero es la historia de siempre. En España nos enseñan gramática, nos obligan a estudiar como si nos estuviéramos aprendiendo la lista de los reyes godos y nadie nos habla en inglés ni nos hace hablar. Así, cuando llegas a la vida real, puedes meterte la lista de verbos irregulares por donde mejor te quepa. Sólo el contacto con el mundo real sirve para aprender, para mejorar y para, en definitiva, poder decir que has aprendido inglés.

Estamos a punto de tener conexión a Internet en casa y en ese momento podremos conectarnos cuando queramos y donde queramos, dejaremos de depender de una red abierta que nadie sabe de dónde viene y adónde va. Y con este dato comienza el momento de las anécdotas chorra. Esta vez tengo una cuantas…
Para empezar, querría manifestar el desconcierto que me produce la afición de esta gente: se disfrazan para salir los fines de semana. Los viernes y los sábados puede verse gente disfrazada por todas partes desde las cinco de la tarde (hora a la que ya están dándolo todo). Los disfraces van desde lo más selecto y currado hasta lo más cutre o simple. Puede valer, por qué no, una simple máscara a la veneciana. El otro día, por ejemplo, llevaba caminando a mi lado a un tío que llevaba una de esas máscaras como si nada. Iba tan serio, se paraba en los semáforos a esperar como ciudadano ejemplar y su semblante, su actitud o su postura no parecían denotar que se percataba de la máscara que llevaba sobre sus gafas. Súper serio.

El otro día volvió a sonar la alarma de incendios. Si la primera vez me puso algo nerviosa, en esta segunda ocasión ya me lo tomé con toda la calma. Estaba lavándome los dientes y terminé de hacerlo, me calcé, me preparé y a la calle que fuimos a reunirnos de nuevo con el vecindario. Era la 1:30 de la madrugada y la gente salía bostezando, en pijama, como si no pasara nada. Siguió bajando gente hasta diez minutos después de que lo hiciéramos nosotrxs, que tampoco fuimos lxs más rápidxs del edificio…Como un día haya un incendio, mueren calcinados la mitad de los habitantes del bloque. Yo misma creo que voy a quedarme durmiendo la próxima vez que suene. Un día nos pasará como le pasó a Pedro con el lobo (toma cuento especista que sataniza al pobre lobo).
Hay que tener en cuenta que el edificio tiene doce plantas y cuando suena la alarma, obviamente, no pueden usarse los ascensores. Así que la gente baja con calma, paz y sosiego. Nosotrxs vivimos en el primero. Por eso podemos llegar más o menos rápido a la calle…

Otra anécdota digna de ser contada es la siguiente: una mañana hace tres o cuatro días me encontraba yo en la cama tranquilamente, medio despierta y haciendo pereza, mientras Miguel hablaba en el patio con su hermano Vicente cuando sonó la puerta. Alguien llamó tocando suavemente la puerta con los nudillos. Como estaba medio dormida, tardé un poco en reaccionar. Me estaba levantando cuando sonó por segunda vez, pero ya no me dio tiempo a abrir, porque la puerta se abrió sola…y apareció ante mí, que estaba en bragas y empanada, el tío de la inmobiliaria. Me pidió perdón y se puso a hablarme, pero no me enteré de la mitad. Todo sucedió rapidísimo y cuando quise reaccionar, el tío ya había cerrado la puerta. Luego mandamos un email a la mujer de la inmobiliaria (Mari Carmen para nosotrxs, Wendy según su partida de nacimiento) y nos pidió perdón, nos explicó que se les habían mezclado todas las llaves del edificio y que el bueno de Deniss (el calvo que me vio en bragas) estaba intentando reorganizar su manojo de keys.
Como no podría ser de otro modo, cuando salí al patio para contárselo a Miguel, dijimos el “al blog que va” que decimos con cierta asiduidad.

Os contaba el otro día que ya tenemos carnet de la biblioteca, pero entonces no sabíamos todavía que aquí las bibliotecas cobran. No cobran por todo y los precios no son muy elevados, pero cobran. Hay que pagar por llevarse DVDs, música, best seller y alguna cosa más. Creo que los libros mundanos son gratis. Si te retrasas en la devolución, no pasa como en España (por cada día de retraso tienes dos de penalización, no puedes usar el carnet). Si te retrasas, digo, te cobran. Y punto pelota.
Al fin hemos conseguido alquilar El Hobbit (creo que ya contaba en otra entrada que queríamos verla en versión original para prepararnos para ir al cine a ver la segunda, que no tendrá subtítulos ni tendrá na, ahí, a lo loco). Hemos hallado un videoclub no demasiado lejos de casa y antes de ayer la alquilé. Anoche empezamos a verla y sucedió la tragedia. ¡ME DORMÍ! No sé qué me pasa. No lo entiendo. Jamás (JAMÁS) me he dormido viendo películas. Y me cae mal la gente que se duerme viendo películas. Pues bien, en los últimos tiempos me he dormido viendo tres películas. TRES. TRES. Y siempre con Miguel. ¿Cuál es el resultado? Que no me cree cuando le digo que no sólo no me había pasado en la vida sino que me cae mal la gente que lo hace. Sí. Ahora me caigo mal a mí misma. La vida es dura.
Mamá, Silvia, por favor, decidle a Miguel lo que he pensado siempre de la gente que se duerme delante de la tele…y decidle cuántas veces me habéis visto vosotras caer ante una película…
No sé qué me pasa. No sé qué me pasa. Algo no va bien.
Me pasé la mitad de la película dando cabezadas ridículas que me ponían de mala hostia. No debí estar dormida más de cinco minutos seguidos ni una vez. Y cuando ya no podía más y me reconocí a mí misma que lo que estaba haciendo no tenía sentido, me levanté, fui al baño, meé, reflexioné y volví diciendo muy convencida “me voy a la cama, esto no tiene sentido, mañana termino de verla” y Miguel me contestó “ya ha terminado”. Bueno, bueno, bueno…¡qué mala hostia me entró! Me fui a la cama y me desvelé (cinco minutos).
Hoy he amanecido fresca como una lechuguilla, pero deseando ver terminar la película…

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